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El coste de los odiadores

  • Última actualización
    19 abril 2024 05:20

Ser odiador, en estos tiempos que corren, es realmente sencillo, gratificante incluso, para ellos, claro. Su forma de operar es sencilla: rechazar con lenguaje superlativo cualquier idea o planteamiento que nos les caiga bien, sin más. Según ellos, vale lo mismo su opinión que la del científico que se ha pasado años analizando los pros y los contras de un proyecto. Todo les vale con tal de agarrarse a ese atajo hacia el protagonismo, tan apetecible para mediocres y perdedores. Atacan, desde el repantingue de su butaca, a todo lo que se mueva. Desprecian, desde su fracaso personal y profesional, todo lo que destaque mínimamente. No quieren ver, desde su oscuridad, cualquier idea o iniciativa que pueda brillar mínimamente. Tratan, en definitiva, de igualar a todo el mundo, en su inercia, su fracaso y su oscurantismo. Evidentemente, los que destacan por sus obras son menos que la respetable y santa masa social que pasa su vida pidiendo paz y trabajo para pagar sus impuestos, multiplicar los beneficios de energéticas, grandes superficies, tiendas de ropa y bancos. Los pocos, porque son pocos, que viven en un mundo de insulto permanente y ciego ante todo lo que sea mejor que ellos, precisan altavoces para buscar eso que les da la vida: algo de protagonismo. Por desgracia, entre los medios sin escrúpulos y las redes sociales, han encontrado ese complemento necesario para su lucha por menospreciar a todo lo que se mueva.

Estos odiadores pueden actuar desde el anonimato, haciendo uso de esa confortable manta de opacidad que les proporcionan las redes sociales. O desde las poltronas políticas, desde donde pueden decir lo que les dé la gana, con nulos fundamentos... porque yo lo valgo, caiga quien caiga, cueste lo que cueste... a los demás.

Las infraestructuras que nacen con retraso nacen... retrasadas, con minusvalía, con irrecuperables oportunidades perdidas, con lastres competitivos, en algunos casos... casi inútiles

En este punto hay que insistir en eso, en el coste de tanta impunidad. A los anónimos no es posible ajusticiarlos, por eso es tan terrible eso de las redes sociales y los comentarios sin dar la cara. Con los mandatarios públicos habría que hacer algo. No podemos mantener eternamente el lujo inmenso que supone posponer la activación de infraestructuras logísticas porque al político de turno se le antoje. No puede ser que se vayan de rositas. Al menos, como poco, de vez en cuando, deberíamos “darles las gracias”. Que retengan la activación de una estructura logística sin motivo ni razón alguna, llámese ampliación de aeropuerto, puerto, acceso o ZAL, no debe olvidarse el día en el que esa estructura, lustros o decenios después, finalmente se active. Ocurre, no lo olvidemos, que las infraestructuras que nacen con retraso nacen... retrasadas, con minusvalía, con irrecuperables oportunidades perdidas, con lastres competitivos, en algunos casos... casi inútiles. Ocurre que los inversores, las líneas de navegación, los transitarios, los almacenes, barcos, contenedores, que llevan años esperando a que la demagogia dé paso a las inversiones y al progreso sostenible, no pueden esperar. El mercado no les permite que su ritmo lo marquen desde este o aquel interés de partido. Algunos, cuando la infraestructura, al fin, se activa, ya están trabajando en otro sitio, cuando no en otro país, en otro continente. El daño, con el retraso, es difícilmente reparable o, directamente, irreparable. Los políticos deberían entender que pueden conseguir paralizar esto o aquello, a cambio de sus minutos de gloria en los medios afines. Lo que no han conseguido nunca es parar el mercado. La logística no para. Y si no es aquí, el almacén se instala allí, el barco llevará sus contenedores aquí o a África.

Los odiadores deberían pagar, algún día, por tanto daño causado.