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Peligro creciente

En la presentación de Mercè Conesa como nueva futura presidenta de la Autoridad Portuaria de Barcelona, el flamante conseller de Territorio, Damià Calvet, ponía involuntariamente el dedo en la llaga, o en el tema, para no dramatizar: "Cuando hay muchos problemas- decía más o menos -llamamos al Puerto de Barcelona, para que nos dé buenas noticias. El Puerto siempre tiene buenas noticias".

  • Última actualización
    29 junio 2018 00:00

Y así seguimos, en ese puerto y en otros. Se utiliza cada vez más el agua de progreso del oasis logístico para mover todo tipo de molinos y para apagar todo tipo de fuegos. Da igual que sean temas locales, autonómicos, nacionales o europeos, cuando no se tiene con qué negociar, se tira de ese fondo de músculo de progreso que es la logística española. No crean que se recurre a todos los sectores por igual. Muchos están para que les ayuden, y si los políticos se pasan por allí, lo más normal es que salgan con consternación y dejando más que llevándose. A la hora de fijar por dónde se activa una conexión ferroviaria, qué acceso se pone en marcha antes, qué zona logística es prioritaria, qué puerto pasa a depender de qué... lo que importa es política, política y política. Da igual que repitamos mil veces que lo único que debería importar es poner la inversión donde más rendimiento dé. Retrasos de décadas, inversiones desviadas, puertos con las gestión poco o demasiado liberada, falta de coordinación temporal entre ampliaciones y accesos, fichajes extraños para los cargos logísticos de máxima responsabilidad... cada día vemos más y más ejemplos de las consecuencias de usar la salud de nuestro sector para el uso y disfrute de los intereses políticos. Llevamos con esta cantinela de que la política no es buena aliada de la economía desde que tenemos uso del teclado. El tema, como otros en nuestro sector, lejos de solucionarse, parece que empeora de forma más que alarmante. En los últimos días se habla, por ejemplo, del posible uso como moneda de cambio de la autonomía de los puertos, del trazado de las conexiones ferroviarias europeas o de la activación o no de zonas de actividades logísticas. En todos esos temas siempre hay un ingrediente, un invitado más que incómodo que es quien lo distorsiona todo: la política. Poco se puede leer de la rentabilidad, la creación de puestos de trabajo, la cimentación de bases de futuro, o del respeto al medio ambiente y al entorno, social también. Te doy este puerto si me das este voto. Te dejo abrir esta ZAL si me das un parque. Esa es la cantinela. Es una pena, pero sólo se puede defender los puertos y su logística de la política cuando esa defensa tiene, también, fundamentos políticos. Si, por ejemplo, la marginación de Valencia de los corredores ferroviarios se esgrime como un ataque de la derecha o de la izquierda a todos los valencianos... puede que haya posibilidades de unir fuerzas para deshacer el entuerto. Si se lanzan, contundente, rotundas, indiscutibles cifras de lo que se gana y de lo que se pierde, en puestos de trabajo, en competitividad, en futuro... la sociedad no les va a hacer ni caso, y por tanto tampoco se lo harán los estamentos políticos con capacidad de decisión. Una pena. Porque los logísticos son eso, profesionales de la logística y no trileros de los fluctuantes intereses políticos. Este sector, en el que se podría sustentar buena parte del futuro económico del país, es de todo menos cortoplacista. No sabemos de eso de mover las posverdades para arrimar ascuas al beneficio particular y efímero. No sabemos, pero tendremos que aprender. Rápido, o se nos comerán el futuro.