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Llora Helena, llora...

En la Ilíada perpetua del transporte por carretera, anduvo esto años la Troya sectorial sitiada por un Tribunal de Justicia indiscutible e invencible, pues en Luxemburgo nos demostraron que, como última instancia, por no tener no tuvieron ni tienen talón de Aquiles.

  • Última actualización
    14 mayo 2019 17:44

Quedó por tanto a merced en sus murallas Héctor, según la etimología griega “el que posee” y en nuestra historia, a la sazón, “el que posee tres vehículos”, que no le duró ni tres asaltos al Tribunal europeo, que declaró ilegal lo que hasta ese momento había sido el pilar fundamental de Troya, la piedra angular sobre la que se elevaba un altar normativo consagrado a dotar de músculo a las empresas, todo un monumento a la sublimación más retorcida del canon clásico liberal donde con tal de que venza el más fuerte, por valer vale hasta intervenir. Grotesca contradicción.

En cualquier caso, no olvidemos que andaban los troyanos de misa negra con el ROTT cuando el Tribunal nos lanzó el sanguinolento cadáver de Héctor sobre el altar y, aún así, nos creímos que estábamos a tiempo de ganar la batalla en la llanura y entre flechas y duelos pergeñamos un puñado de remiendos que ni son capaces de resucitar a los muertos ni tampoco sirven para sustituir el hueco que dejaron los dioses. Héctor estaba y está muerto por mucho que Fomento agite los Observatorios cual Príamo que exige venganza e intenta cargarse de razones bajo el peso de los cadáveres de sus hijos.

Y en estas que andábamos tan felices, creyéndonos que aún era posible el beso eterno de Helena y Paris, la conjunción inmaculada entre los grandes y los pequeños, lo fuerte y lo débil, lo real y lo deseado, lo cumplido y lo soñado, cuando una mañana, ciegos por haber salvado in extremis el ROTT y todo su ejército de condiciones y condicionantes, descubrimos que la guerra no era el mínimo de vehículos, que la victoria no era esa batalla, que entre las murallas había un Caballo puro y divino, un ángel de lo moralmente intachable sin pecado original, una panza nívea y deslumbrante de la que sólo podían emanar fragancias y que, de pronto, ha estallado cual infecta vejiga de miasmas y peste medieval para invadir la Troya que nos queda y la que no sabemos si quedará, vencida por las huestes espartanas de la Honorabilidad.

Sólo en 2018 los organismos de control dictaron en España 26.904 sanciones de las incluidas en el nuevo listado por el que automáticamente se pierde la honorabilidad, es decir, por las que automáticamente se pierden las autorizaciones de transporte, es decir, por las que automáticamente hay que abandonar el mercado durante 365 días consecutivos, es decir, por las que automáticamente se muere.

Si en 2019 se imponen de nuevo esas 26.904 sanciones háganse cuenta de que de un plumazo estaremos matando el 25% del mercado, desaparecerán de golpe el 25% de las empresas. ¡Boom!

Por ser estrictos, imaginemos que cada una de esas sanciones no corresponde a una empresa distinta, pongamos que equivalen a 10.000 empresas. ¿El final de golpe del 10% del mercado nos parecerá mejor entonces? Y aún así, habrá empresas de 1 camión, pero, por qué no, también de 100 camiones. ¿Cuál es entonces el impacto real de lo que puede llegar a desaparecer? ¿Lo imaginan?

Existe la posibilidad de que se logre una drástica reducción de la infracciones... aunque no es muy alentador si lo comparamos con cómo se retiran los carnés a los conductores particulares.

Lo irónico es que andábamos preocupados por cómo la muerte de Héctor iba a  dejar sin puertas al campo y ahora este caballo de Troya directamente nos va a “limpiar” el mercado.

Llora Helena, llora...