Observo. Me asusto y no entiendo nada. Y me vuelvo a meter en mi madriguera. Está el panorama revuelto, siempre. Y quien quiere seguir enfadado sigue. Se haga lo que se haga.
Como hace años, observo al Puerto de Valencia, caudal de la economía de la zona, pidiendo disculpas por ello. Entregando prebendas en forma de cientos de miles de metros de valiosísimo suelo portuario. Para nada. Seguirán recordándole toda la eternidad el enterramiento de la muerta playa de Nazaret o la desaparición de la inexistente huerta de la Punta. Son cantinelas fáciles esas que tienen en el estribillo lo de la huerta y la playa. El junta letras de turno que sea encargado de escribir del Puerto no podrá resistirse, generación tras generación, a tocar esos temas. Ocurre que los logísticos han de seguir soportando el desprecio hacia la más importante institución económica valenciana, porque tienen deudas e impuestos que pagar. Pero no le podemos pedir lo mismo a todo el mundo. Aurelio Martínez, uno de los presidentes que mejor ha sido recibido por el colectivo logístico-portuario valenciano, debe estar hasta los mismísimos de tener que oír y leer desprecios e inexactitudes hacia un puerto que va viento en popa. Él que viene, ya tiene una edad, de la etapa de los honores y de las palmadas en la espalda, le toca bregar con semejante tropa político-periodística. Y uno ya no está para eso. Miedo me da que se canse. Ahora que le habíamos cogido cierto cariño. Otro daño colateral del “menfotismo”.
