El planeta entero arde de fiebre. Sufren los países las decisiones de la más nefasta hornada de políticos de la historia del mundo mundial.
El jodido virus nace, crece y se multiplica en un caldo de cultivo perfecto, condimentado a base de ineptitud, mala leche y mentira. El mundo se derrumba a nuestro alrededor como un castillo de arena. Se hunde el barco y no somos capaces de ponernos de acuerdo para salvarnos con orden y concierto. Aunque hubiera botes salvavidas suficientes, nos acabaremos hundiendo todos. Y nos estará bien empleado.
En un mundo infectado de virus y de paro, leer Diario del Puerto y ver la de conflictos que salpican nuestros muelles, nos vuelve a recordar aquello de que Dios da pañuelos a quien no tiene mocos. Sin dar ni quitar razones a uno y a otros, me da mucha vergüenza ajena ver que, en un sector tan ubérrimo como el de la estiba, no haya forma de vivir en paz ni siquiera en tiempos tan lúgubres.
Seguro que hay poderosísimas razones absolutamente vitales para que, en Bilbao, Avilés o Valencia, se tense la cuerda logística, de nuevo, por el sector de la estiba, el más poderoso y privilegiado.
No hay paz y unión en los muelles ni cuando la crisis nos ataca por todos lados. No contentos con que nuestro sector siga latiendo, más o menos vivo, nos empeñamos en encender nosotros nuestras propias hogueras.
No es lo mismo que quien tiene bocadillo se queje cuando van las cosas bien que lo haga cuando medio mundo pasa hambre creciente
Este ruido creciente que se ha desatado en los últimos días en los muelles de nuestro país es tan inoportuno como peligroso.
No es lo mismo que quien tiene bocadillo se queje cuando van las cosas bien a que lo haga cuando medio mundo pasa hambre creciente. En las crisis es cuando más voluntarios y voluntades surgen deseosas de reformar la estiba de verdad, partiendo de cero. Y aunque no lo crean, estamos en crisis. Sé, insisto, que no es fácil de aceptar esa crisis cuando no se vive en primera persona.
Solo los empresarios y los parados las entienden en toda su cruda realidad. Los demás, por mucho que digan, ni se acercan a hacerse una idea. Si no apoyamos ahora a los que tan terriblemente mal lo están pasando, al menos habrá que hacer un concreto esfuerzo para no empeorar las cosas, para no dar más guerra.
Todos los esfuerzos de todos, trabajadores y empresarios, deberían centrarse más que nunca en atender la faena de forma óptima, para que venga más trabajo.
Aprovechar los pocos focos de actividad que quedan para mantener una mínima esperanza de futuro. Demostrar rotundamente que la logística puede ser una sólida alternativa a la economía hostelera.
No merecemos perdón si no somos capaces, en este sector y en estos tiempos, de llegar a acuerdos que nos lleven al fin de la lucha o, como mínimo, al alto el fuego.
Cuando el planeta entero se queda sin aire por la peor crisis sanitaria y económica que jamás hemos vivido, otros conflictos, si son evitables, sencillamente, deberían evitarse. Que los que no están tan mal llamen la atención sobre ellos, cuando la COVID nos ha rodeado de miseria y desesperanza, es contraproducente por peligroso y, por tanto, poco inteligente.