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VIDAS

Quería comenzar este artículo poniendo en contexto lo que pasaba en nuestro país, en nuestro mundo, antes de que estallara de manera definitiva esta pandemia y tuviéramos que encerrarnos cada una en nuestra casa de manera urgente y, les aseguro que no he sido capaz. No consigo ir en mi memoria más allá de las manifestaciones del 8M, (y porque lo han nombrado numerosas veces como foco de infección de políticas e imagino que de paisanas también) como si antes de esto nada existiera; está claro que podría tirar de google, pero es curioso cómo de repente un virus monopoliza todos los medios, nuestros pensamientos, nuestras costumbres, nuestras relaciones, en definitiva, nuestras VIDAS.

  • Última actualización
    26 marzo 2020 17:06

Y no es que tal emergencia no lo merezca, absolutamente todos queremos protegernos a nosotros mismos y a nuestras familias y es por eso que personalmente el confinamiento no me pesa, siempre y cuando estemos todos a salvo, aunque tristemente no sea algo posible; pero al menos que aquellos que yo conozco y estimo estén a salvo, me deja pasarlo más tranquila. Hasta aquí imagino que cualquiera podría estar de acuerdo, aunque sea con matices, porque lo realmente importante en este mundo son las VIDAS, al fin y al cabo, sin matices.

Pues bien, me resulta curiosa la naturaleza del ser humano, que hasta que no ve su VIDA peligrar no es capaz de sacrificar lo más mínimo de su “estado de bienestar” y, aun así, llegado el momento, cuesta... ¡cuesta mucho! Ello me lleva a pensar en otra amenaza potencialmente más virulenta y global: los efectos del cambio climático, ¿es este talante humano al que podemos aspirar con respecto a una evidente y probada amenaza como lo es el cambio climático?

Quizás no sea el momento de abrir otro frente alarmista, pero puede que llegue el día en que nos volvamos a ver privados de nuestros más básicos privilegios por el simple hecho de no haber hecho nada para evitarlo. Ahora más que nunca comprobamos que cuando quieres, puedes, y quizás sea la mejor de las pruebas piloto para confirmar que algunas restricciones de movimiento de ciudadanos le podría venir de maravilla a nuestro planeta y que no por ello el mundo (y la economía de un país) se acabaría. Quizás hasta mejoraría.

Está claro que la situación actual nos va a llevar a una coyuntura económica muy alejada de la deseada pero también nos puede ofrecer algunos aprendizajes: si en esta situación existe hoy un gran número de personas que pueden trabajar desde casa (aun con un par de niños y sin ayuda de externos), quizás más adelante se podría plantear hacerlo un par de días a la semana y así ahorrarle al planeta unas cuantas toneladas de emisiones de CO2, podrían incentivarse (de verdad de la buena) la movilidad compartida entre empleados de la misma zona o podrían evitarse prácticas excesivas como viajes en avión para reuniones de 3 horas que se pueden hacer perfectamente por videoconferencia.

Estos son solo un par de ejemplos en el plano laboral, que implican un compromiso mucho mayor en lo personal, pero seguro que hay miles de iniciativas que podríamos poner en marcha para reducir el impacto tan nefasto que nuestra sociedad está teniendo sobre el planeta. Si alguien me llega a decir hace unos meses que iba a estar más de una semana sin salir de casa, sin poder abrazarme con mis seres queridos, salir a tomar una cerveza, y además tele-trabajando a pleno rendimiento, le hubiera dicho: ¡tú estás loco! Pero a veces de las ideas más locas surgen las auténticas, las que de verdad importan y la lucha por tener un planeta sano no debería finalizar con la vacuna del coronavirus.