Acuerdos de San Lázaro: ¡Levantate y anda!
No andamos sobrados en el sector logístico de “acuerdos históricos”, ni tampoco de cultura para consagrarlos desde algo tan básico y tan necesario como ponerles nombre.
Pero lo cierto es que no hay acuerdo célebre en cualquier orden de la sociedad que no luzca su bautismo particular para así aparcar el identificarlos por el galimatías que a menuda representan los nombres de los firmantes o las fechas de las rúbricas.
Esta tarea debería ser cuestión de los “historiadores”, si bien, de un tiempo a esta parte, son los periodistas quienes asumen la tarea en busca del efectismo, y de denominaciones más prácticas para colocarlas en portadas y titulares.
Por tanto, permítanme proponer que a partir de ahora nos refiramos a los “Acuerdos del 17 de diciembre de 2021 entre el Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana y el Departamento de Mercancías del Comité Nacional de Transporte por Carretera” (¿se necesita o no se necesita un nombre más corto?) como los “Acuerdos de San Lázaro”, lo cual de primeras puede resultar algo rimbombante o incluso pretencioso, pero está plenamente justificado, no tanto porque el 17 de diciembre en mi calendario de mesa se conmemore la festividad de San Lázaro de Betania, como porque, al que fuera hermano de Marta y María, Jesucristo lo lloró en su tumba y a continuación lo resucitó al grito de “Lázaro, ¡levántate y anda!”, palabras que no pueden ser más acertadas para describir la situación que afronta a partir de ahora el sector del transporte de mercancías por carretera en España.
Demos pues por “consagrados” los Acuerdos de San Lázaro y sea así debido a su consideración de “históricos”, no tanto porque lo haya dicho la ministra, descaradamente ausente y torpemente presente en todo el proceso negociador (las medallas, si las hubiere, para sus justos dueños, por favor: Moreno, Rallo y Pardo de Vera), sino porque suponen rematar de forma precisa reivindicaciones parcheadas y no solucionadas a lo largo de los últimos 20 años y que por fin encuentran el cierre de su particular círculo.
Todo ello en la línea que les esbozaba justo hace una semana: todo precio debe corresponder estrictamente a los costes más un beneficio. Mientras haya condicionantes de posición de dominio en el mercado que desnaturalicen y alteren la libertad de trasladar los costes al precio, será necesario el intervencionismo de la Administración prohibiendo y, lo que es más importante, estableciendo mecanismos para garantizar que se cumple lo prohibido.
Dicho todo esto, los nuevos Acuerdos de San Lázaro no son ahora mismo más que acuerdos, es decir, más que papel y palabras que exigen, de inmediato, pasar del dicho al hecho, tanto en lo relativo al “se hará” como al “se estudiará”.
La tarea que queda por delante es de enormes proporciones: primero para redactar (ojo a las futuras letras pequeñas) y luego para aprobar ya en este próximo febrero el famoso real decreto; y segundo para desarrollar toda la cadena de acciones, negaciones y prospecciones planteadas que además requerirán de decisiones ulteriores.
Ojo porque la tentación de firmar un papel como el firmado y luego dejarse llevar y terminar mirando para otro lado es enorme, dada la implicación de lo que hay que redactar y aprobar.
Además, tenemos la experiencia de lo que fueron hace año y medio los Acuerdos de Julio20 que, salvo en lo que respecta al baremo sancionador, este mismo Gobierno incumplió sin complejos, Plan de Impulso de por medio. Por seguir con el santoral, aquellos acuerdos, que nunca fueron, se firmaron el 23 de julio, San Juan Cassiano, un santo que, por cierto, tampoco lo fue. Esperemos que nos vaya mejor con San Lázaro.