Dedico hoy este requiebro de pescuezo, este arqueo de párpados cejijuntos, este pertinaz olfateo, a quienes bracean en el tormentoso mar de la huelga de Bilbao sin el flotador del mango de la sartén, pero con la responsabilidad desesperada de buscar una salida al conflicto unida al sufrimiento y la angustia de seguir sin encontrar salida.
Para todos aquellos que no están mirando para otro lado y siguen empujando sin denuedo, van dedicados estos versos de Miguel Hernández en “El rayo que no cesa”. Tristeza compartida es menos tristeza:
“Fatiga tanto andar sobre la arena
descorazonadora de un desierto,
tanto vivir en la ciudad de un puerto
si el corazón de barcos no se llena”