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Cuatro toneladas de dolor

Por momentos parece como si nada hubiera ocurrido. Esa tendencia de nuestros cerebros a olvidar, o discriminar, las experiencias realmente negativas, hace que en ocasiones pensemos que nada ha pasado.

  • Última actualización
    17 junio 2020 16:00

En realidad, es la propia necesidad que tenemos de normalidad, la que nos lleva a sumirnos en ese estado casi eufórico que se tiene cuando se supera una gran dificultad. El regreso paulatino a las oficinas (cada vez mayor, la verdad), el retorno de los encuentros presenciales, cada vez más habituales y el reinicio de algunas de nuestras rutinas más sociales (comidas, cenas, gimnasios, compras…), nos hacen pensar que ya estamos de vuelta, si acaso en algún momento alguien se fue.

Únicamente los nuevos protagonistas sociales (mascarillas y rutinas de protección, seguridad e higiene), nos recuerdan que estamos atravesando una crisis cuyos efectos siguen y seguirán apareciendo por todos los rincones, desde el ámbito social hasta el económico, pasando por cualquiera que ustedes quieran añadir, casi sin excepción.

Mientras tanto, aquellos que ni siquiera tuvieron un fin de semana para descansar o abstraerse, dado el carácter esencial de su actividad, no tienen más remedio que seguir tirando del carro. Aquellos que han sido considerados héroes sin capa, los que se han encargado de mantener los lineales llenos y han tensado la cadena de suministro al extremo, tienen ahora que soportar el ninguneo y el menosprecio de quienes ensalzaban su trabajo a modo de zanahoria en un palo. Las promesas de un plan de apoyo para el sector del transporte, que por experiencia sabíamos que no eran más que un brindis al sol, se han convertido en puñaladas o misiles a la línea de flotación de cientos de empresas que a la crisis económica que tenemos encima deben sumar un lastre de 4 toneladas adicionales.

El hecho de que el Gobierno vaya a permitir que la capacidad de los camiones pase de las 40 a las 44 toneladas va a suponer, entre otras muchas cosas, un aumento de la carga media de los camiones vehículos y la consiguiente reducción del número de vehículos por kilómetro y consumo para una misma masa transportada.

Las promesas de un plan de apoyo para el sector del transporte, que sabíamos que no eran más que un brindis al sol, se han convertido en puñaladas o misiles a la línea de flotación de cientos de empresas que a la crisis económica que tenemos encima deben sumar un lastre de 4 toneladas adicionales

Entre otras cuestiones, esas cuatro toneladas adicionales pueden provocar deterioros de las infraestructuras, así como un amplio incremento de costes para la adquisición de camiones más potentes, que tendrán un mayor consumo de combustible y de neumáticos. El listado de problemas argumentado por los transportistas para oponerse a las 44 toneladas es casi infinito, por lo que no se entiende que se vaya a tomar una medida de este calibre sin tener en cuenta la opinión mayoritaria del sector.

Así es como se pagan los servicios prestados. Así es como se reconoce la labor callada y constante de los empresarios del transporte durante la crisis. ¿De verdad tenemos que aguantar esta situación ahora? ¿Realmente era necesario tomar esta decisión en un momento en el que la cuenta de resultados no permite otra cosa que hacer equilibrios en una cuerda demasiado floja?

Los transportistas prometen reaccionar con firmeza y contundencia ante esta situación, pero todos sabemos, quizás el Gobierno también, que en tiempos de dificultades se hace un poco más complicada la unidad de acción y el mantenimiento de medidas de presión social.

Nos cabe esperar, veremos hasta dónde puede llegar la capacidad de empatía, que se pueda reconducir la situación en breve y, ya de paso, que se articulen los mecanismos necesarios para aportar una necesaria ayuda a este sector. De lo contrario, cada una de esas toneladas adicionales caerá a plomo sobre nuestras espaldas, y ya no estamos para soportar muchas más cargas, la verdad.