Todo en este mundo es potencialmente fusionable (e, incluso, fisionable) y aunque querer es poder, el problema viene cuando no se quiere, pero la excusa es que no se puede.
En el caso de las autoridades portuarias, partiendo de la base de que las leyes están para cambiarlar, las fusiones plantean dos problemas. El primero es que no está el patio ni para imponerlas, ni para reclamarlas, es decir, ni para intervenir de arriba abajo, ni menos para obviar las rivalidades ancestrales y actuar de abajo arriba. No caerán esas brevas.
Ahora bien, aún más preocupante es la segunda cuestión: esto se sabe (o se sabría) cómo empieza, pero no cómo termina. Dadas las demandas competenciales cruzadas y el incierto resultado del fuego “amigo” en esta batalla, ¿alguien se atreve a abrir semejante melón?