Una cierta euforia se ha extendido entre los países de la periferia europea (particularmente en Italia) a partir de la reducción del diferencial de los tipos de interés de la deuda pública de esos países respecto al de Alemania.
El gráfico adjunto muestra que, en efecto, en el tránsito entre 2023 y 2024, ese diferencial se ha reducido sensiblemente para economías como la española o la italiana. Con ello se han recortado la fuerte elevación del spread de la periferia de la Eurozona respecto a Alemania (o Francia, cuyo coste adicional respecto a la deuda alemana es mucho más estable y moderado), que se produjo coincidiendo con las drásticas (aunque tardías) subidas de tipos de interés por parte del Banco Central Europeo en su intento de reconducir la inflación desatada del bienio 2021-2022.
La constatación de que ese endurecimiento monetario no ha dañado de manera exagerada a las economías periféricas europeas, y la debilidad de la misma economía alemana (nótese en las columnas del gráfico que el coste de la deuda germana ha aumentado en el inicio de 2024) están detrás de esa contracción de spreads. Desde luego, se trata de una favorable noticia para países con niveles de deuda soberana holgadamente superiores al 100% del PIB.
Pero no conviene exagerar el optimismo, al menos por dos razones.
La primera que, con independencia del diferencial con Alemania, el aumento del coste de la deuda pública entre 2019 y 2023 ha sido considerable (283 puntos básicos para España, 233 puntos básicos para Italia, considerando los promedios anuales de los bonos a diez años).
La segunda, aún más importante, es que la reducción del diferencial con Alemania no tiene relación alguna con una mejora en las carencias estructurales de las economías del sur de la Eurozona, en especial del paupérrimo avance, ya casi secular, en sus niveles de productividad. Y, sin mejoras en los factores que subyacen a tan pobres resultados, no se puede lograr una aceleración del crecimiento que permita la imprescindible reducción de los niveles de endeudamiento público de una forma que no exija sensibles recortes de gastos y/o subidas de impuestos.
Por tanto, conviene evitar complacencia alguna, y poner el énfasis en corregir los referidos problemas estructurales; por ejemplo, las deficiencias en el funcionamiento de los mercados de productos y factores; las carencias en las vías alternativas de financiación al crédito bancario; las trabas administrativas a la creación de riqueza; la falta de adaptación de la estructura empresarial a las exigencias de la competencia en el siglo XXI; o el creciente deterioro institucional por citar solo algunos de tales problemas.