Ofrecíamos en nuestra contribución del pasado mes argumentos que enfriaban la euforia transmitida por algunos analistas y autoridades sobre el comportamiento diferencialmente positivo de las economías del sur de la Eurozona respecto al de la economía alemana. Para reafirmar la idea de que nos resta un largo trecho por recorrer, empleamos esta vez las grandes variables que más inequívocamente afectan al bienestar del ciudadano medio, el desempleo y la inflación.
El ”Misery Index” (MI) ideado por el economista estadounidense Arthur Okun (que ya hemos empleado en alguna otra ocasión en estas páginas) permite, en su versión original y más sencilla, realizar esa aproximación, mediante la simple suma de las tasas de paro y de crecimiento de los precios en cada momento. En el gráfico superior se muestra la evolución de este indicador a lo largo del siglo XXI para Alemania, España e Italia. Los resultados medios del período son muy elocuentes: desde el 8,1% de la economía centroeuropea a casi el doble, 15,6%, en el caso español, con Italia (11,4%) en una situación intermedia. Además, el gap adverso puede atribuirse fácilmente al desempleo; en una Unión Monetaria, bajo una política monetaria única y mercados (relativamente) integrados, la inflación ha fluctuado a lo largo de estos más de veinte años, pero lo ha hecho de manera similar en las tres economías.
Pero hay una cuestión adicional a subrayar al margen de la amplia distancia media entre el MI de las dos mayores economías del sur de la Eurozona y la alemana: el perfil temporal. Porque, en efecto, a principios del siglo XXI, en un período ciertamente complicado (económicamente) para Alemania, y un fuerte crecimiento en la periferia europea, el MI alemán fue superior al italiano y al español durante varios años. Por supuesto, la Gran Recesión puso de manifiesto la insostenibilidad del modelo de crecimiento español (e italiano), en el que el dinamismo de un desmesurado boom inmobiliario cubría las deficiencias de una economía con la productividad estancada y la competitividad exterior en declive (estas dos últimas características eran compartidas por Italia). El MI del sur de Europa se disparó, mientras se reducía el alemán, brecha constreñida pero no eliminada en los pasados años.
Pero, más allá de los problemas en la periferia europea, recordemos otra clave de la mejor evolución teutona: ante un período difícil, significativas reformas estructurales, bajo la dirección del entonces canciller Gerhard Schröder.
Apuntábamos algunas de las que precisaría España en nuestra ya referida columna de abril. Disponiendo además de considerables fondos europeos, deberíamos estar centrados en ello. Y, desde luego, no lo estamos.