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China: un camino insostenible para mantener el crecimiento

  • Última actualización
    04 octubre 2024 05:20

China no despega y sus problemas se contagian, con repercusiones adversas en lo económico y en lo político.

Aunque por el propio aumento del nivel de desarrollo y el tamaño de la economía, hace mucho que cifras de crecimiento próximas a los dos dígitos son inalcanzables, lo cierto es que, después de la pandemia, China sufre para llegar incluso al 5% anual (ver gráfico adjunto), objetivo oficial para 2024. El desplome del antes insosteniblemente exuberante sector inmobiliario, el exceso de infraestructuras físicas cada vez menos productivas, el desmedido endeudamiento de los gobiernos locales, la asfixia a la que está sometido el sector privado más innovador por las políticas de control (de libertades y de “acumulación excesiva” de riqueza) del presidente Xi JinPing... son solo algunos de los motivos de ese modesto crecimiento, pese al éxito de sectores como los de energías renovables, baterías o vehículos eléctricos, entre otros, en general poco intensivos en empleo.

Precisamente la capacidad para acaparar cuotas crecientes del mercado internacional de los productores chinos en estos ámbitos, junto a otros más tradicionales, como el acero, casi siempre apoyados por masivos subsidios públicos, está provocando una reacción adversa en un número cada vez mayor de países. Como muestra el gráfico, el superávit en la balanza de bienes de China se ha disparado desde la pandemia, puede rozar el billón de dólares este año y acercarse a niveles (como porcentaje del PIB) propios de hace década y media. El resto del mundo ni puede ni quiere absorber ya ese desequilibrio. Esto ha desatado el proteccionismo en Occidente, e incomoda de manera creciente al resto del mundo, donde las empresas chinas desvían los excesos de oferta que no absorbe el mercado doméstico y tienen cada vez más difícil entrada en los países desarrollados.

Para el mundo emergente, ver desplazadas sus manufacturas por las manufacturas chinas supone un coste a sumar al menor volumen de inversiones recibidas y el menor impulso a sus ventas de materias primas del y hacia el coloso asiático.

El Gobierno chino no ignora que esta situación tiene costes importantes internos (alto empleo juvenil) y externos (respuestas proteccionistas), y ha venido articulando medidas de respuesta, tímidas al principio, más contundentes, tanto monetarias como fiscales, por ejemplo en las últimas dos semanas. Pero hay dos problemas que sigue sin abordar: la mejora del sistema de protección social, sin la cual no despertará al consumo de las familias, y el tratamiento hostil al sector privado, mucho más eficiente que las grandes empresas estatales. Sin ello, es probable que el crecimiento chino siga languideciendo... y su superávit externo, creciendo.

¿Acierta Mario Draghi con su diagnóstico y sus propuestas para la UE?

Sí, aunque ello, la verdad, no quiere decir que esas propuestas se terminen implementando. El Informe “The future of European Competitiveness” , o Informe Draghi (Gobernador del BCE durante los años más críticos de la historia de la Eurozona), realizado a solicitud de Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ha puesto negro sobre blanco el conjunto de retos de presente y futuro que afronta la Unión Europea si pretende no seguir perdiendo terreno en la escena internacional respecto a Estados Unidos y China. Además, sugiere la cantidad, 800 millardos de euros anuales, de inversión pública y privada, como necesaria para alcanzar los objetivos fijados. Previsiblemente, el informe Draghi ha recibido mejor acogida por parte de los economistas que de los decisores políticos. Algo esperado, porque mientras muchas de las propuestas en él contenidas habían sido ya sugeridas por los expertos, los gobernantes europeos y/o nacionales no han avanzado lo necesario (o no lo han hecho en absoluto) en su articulación.

400 páginas de Informe son muchas para poder glosarlas aquí, y, como queda indicado, algunas de las recomendaciones son bien conocidas. Por ejemplo, culminar la integración de lo que se conoce, pero no es, como Mercado Único, con ámbitos, desde el mercado de capitales a determinadas actividades de servicios, altamente fragmentados todavía; o mejorar la financiación de nuevos proyectos mediante la extensión del verdadero capital riesgo; o reducir el exceso de burocracia que atenaza la toma de decisiones de las empresas.

Pero el elemento esencial del Informe es el vinculado a cómo la política de competencia debe modificarse para mejorar la capacidad competitiva europea. Y aquí sí realizaremos alguna reflexión.

Dicha política de competencia, aunque discutida, debe considerarse entre las más potentes y efectivas de las articuladas a escala comunitaria y, aunque el foco se pone muchas veces en su permanente tira y afloja con las grandes empresas tecnológicas estadounidenses, su impacto principal estriba en cómo ha limitado la concentración en los diferentes ámbitos sectoriales europeos. Su preocupación máxima ha sido la protección del consumidor, procurando impedir posiciones dominantes que acaben repercutiendo en los precios y servicios establecidos, con actuaciones previas a los procesos (de cierta envergadura) de fusión y adquisición de empresas. Sin embargo, de la misma forma que la visión de libre comercio propia de la UE se está modificando para rebatir la prácticas que atentan contra el mismo de otros países, o el impulso a la transición verde requiere medidas intervencionistas, como los mecanismos de compensación por carbono, el Informe Draghi propone algunos cambios en la política de competencia que, desde nuestra perspectiva, resultan pertinentes en la actual situación.

Primero, además de la protección al consumidor, el impulso a la innovación debe configurarse como un criterio clave de esa nueva política de la competencia; e innovar para competir de manera global, frecuentemente requiere aliarse y crecer. Segundo, además de preservar la competencia en los mercados europeos, la Comisión debe considerar en sus decisiones la importancia para Europa de crear empresas de dimensión suficiente para competir con los colosos chinos y estadounidenses. Tercero, las revisiones a priori de los procesos de fusiones y adquisiciones pueden ralentizar actuaciones empresariales que, en el mundo actual, requieren celeridad. Plantearse revisar a posteriori ciertos acuerdos podría ser una mejor alternativa.

Veremos en qué medida, si hay alguna, se implementan estas propuestas, en el ámbito de la Competencia y en otros muchos. Quien suscribe no es muy optimista al respecto

La FED opta por un inicio de ciclo contundente

Finalmente, la Reserva Federal coincidió con las expectativas de los mercados financieros e inició su ciclo de reducciones de tipos de interés con un recorte de 50 puntos básicos (p.b.).

Argumentábamos el mes pasado los motivos por los que la economía estadounidense no precisaba esta inusual contundencia en estos momentos. No obstante, la FED, bien por afianzar su independencia del ciclo político, bien por evitar una respuesta adversa de los mercados, bien porque quería marcar con claridad que ahora percibe más riesgos para el mercado laboral que en la trayectoria de la inflación (no resulta evidente, pero hace ya mucho que los Bancos Centrales occidentales basculan siempre en la misma dirección, y eso nos acaba de suponer tres años de excesiva inflación), ha optado por llevar el tipo de referencia por debajo del 5%. Si el último factor es el dominante, lo lógico sería continuar con las reducciones de al menos 50 p.b. adicionales en lo que resta de año, y al menos el doble el próximo ejercicio, para llevar el tipo a su zona neutral, ni contractivo ni expansivo. Claro, eso será si la inflación no repunta...

Una idea que merece extenderse...

Hemos hecho referencia con anterioridad en estas páginas a los severos problemas asociados a la deuda externa para numerosos países emergentes y en desarrollo, incluyendo varios casos de default, o impago de la misma en las condiciones previstas. Por supuesto, el impacto directo de la COVID-19 y las alteraciones en los mercados de materias primas derivadas de la pandemia y de la guerra en Ucrania han complicado una situación ya antes preocupante. Aunque se han arbitrado soluciones de emergencia, incluyendo la suspensión temporal del pago de la deuda, la lentitud del proceso y un potencial efecto estigma en los mercados de capitales las han hecho menos efectivas de lo necesario. Por ello, la idea de la “cláusula de suspensión”, incorporada desde su inicio a las emisiones de bonos, que permitiría paralizar de forma automática el pago de la deuda ante emergencias climáticas, sanitarias o por desastres naturales (o de origen humano), sería una mejora notable en la financiación de estos países. Es remarcable que el Tesoro español se esté mostrando especialmente activo en promover esta iniciativa. Por supuesto, el diablo está en los detalles de en qué casos, por cuánto tiempo y quién definiría esas situaciones de emergencia, pero, sin duda, es una iniciativa valiosa.

...y una que no

No podemos escribir lo mismo sobre la complacencia en el reequilibrio de las cuentas públicas que exhiben algunos países occidentales. De manera inaudita, en Francia el déficit no solo no va camino de la reducción exigida por los acuerdos europeos, sino que sigue aumentando, sin que exista mayor justificación que la molestia que para los responsables políticos supone tanto reducir gastos como elevar impuestos. En Estados Unidos, las pasadas, presentes y futuras expansiones de gasto público (Demócratas) o reducciones de impuestos (Republicanos), han elevado los mensajes de alarma desde todos los centros de análisis, pero no altera las propuestas de los dos grandes partidos. Podríamos abundar en otros ejemplos. Pero baste recordar que el envejecimiento demográfico, la transición verde, la inversión en la nueva ola tecnológica o las crecientes necesidades de defensa, auguran enormes presiones sobre el gasto público a corto y medio plazo, y afrontar esos retos desde una posición de debilidad fiscal no es una buena idea. Es de temer que los gobiernos occidentales han interiorizado que, en caso de problemas de financiación, allí volaran los Bancos Centrales a comprar la deuda pública de sus respectivos países. Pero esa expansión cuantitativa, sin negar su aportación positiva en los momentos más duros de las crisis, tiene severos costes en términos de crecimiento, igualdad y estabilidad. Uno de ellos es, precisamente, que los gobiernos crean que los excesos monetarios de los Bancos Centrales van a volver a rescatarlos cuando ellos prefieren no ajustar sus cuentas, alimentando un círculo vicioso del que sería complicado escapar.