China no despega y sus problemas se contagian, con repercusiones adversas en lo económico y en lo político.
Aunque por el propio aumento del nivel de desarrollo y el tamaño de la economía, hace mucho que cifras de crecimiento próximas a los dos dígitos son inalcanzables, lo cierto es que, después de la pandemia, China sufre para llegar incluso al 5% anual (ver gráfico adjunto), objetivo oficial para 2024. El desplome del antes insosteniblemente exuberante sector inmobiliario, el exceso de infraestructuras físicas cada vez menos productivas, el desmedido endeudamiento de los gobiernos locales, la asfixia a la que está sometido el sector privado más innovador por las políticas de control (de libertades y de “acumulación excesiva” de riqueza) del presidente Xi JinPing... son solo algunos de los motivos de ese modesto crecimiento, pese al éxito de sectores como los de energías renovables, baterías o vehículos eléctricos, entre otros, en general poco intensivos en empleo.
Precisamente la capacidad para acaparar cuotas crecientes del mercado internacional de los productores chinos en estos ámbitos, junto a otros más tradicionales, como el acero, casi siempre apoyados por masivos subsidios públicos, está provocando una reacción adversa en un número cada vez mayor de países. Como muestra el gráfico, el superávit en la balanza de bienes de China se ha disparado desde la pandemia, puede rozar el billón de dólares este año y acercarse a niveles (como porcentaje del PIB) propios de hace década y media. El resto del mundo ni puede ni quiere absorber ya ese desequilibrio. Esto ha desatado el proteccionismo en Occidente, e incomoda de manera creciente al resto del mundo, donde las empresas chinas desvían los excesos de oferta que no absorbe el mercado doméstico y tienen cada vez más difícil entrada en los países desarrollados.
Para el mundo emergente, ver desplazadas sus manufacturas por las manufacturas chinas supone un coste a sumar al menor volumen de inversiones recibidas y el menor impulso a sus ventas de materias primas del y hacia el coloso asiático.
El Gobierno chino no ignora que esta situación tiene costes importantes internos (alto empleo juvenil) y externos (respuestas proteccionistas), y ha venido articulando medidas de respuesta, tímidas al principio, más contundentes, tanto monetarias como fiscales, por ejemplo en las últimas dos semanas. Pero hay dos problemas que sigue sin abordar: la mejora del sistema de protección social, sin la cual no despertará al consumo de las familias, y el tratamiento hostil al sector privado, mucho más eficiente que las grandes empresas estatales. Sin ello, es probable que el crecimiento chino siga languideciendo... y su superávit externo, creciendo.