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Enemigo mío

Nuestro compañero y sin embargo amigo, Juanjo Martínez, fotógrafo logístico especialmente respetado y querido, está acabando de pasar su propia travesía del desierto, su lucha contra el coronavirus. Juanjo ha accedido a nuestra petición para que nos cuente en primera persona su terrible vivencia, y nos ayude a conocer un poco más a la enfermedad y sus aristas.

  • Última actualización
    29 abril 2020 13:01

Anoche me fui a la cama sobre las 12.30. Envié un video, cómo no, a mi grupito de amigos del colegio, los de la tierna infancia: “Land Of Confusion”. Canción de Genesis, álbum “Invisible Touch” 1986. Los componentes del grupo se desmelenan, transformados radicalmente en “Spitting Images”. Si escuchamos la canción y traducimos la letra, sentimos que nos están definiendo, que hemos estado en la cuerda floja en muchos momentos de la historia. Impagable video…os lo recomiendo.

Una semana antes hice un revisionado de “Invasión”, remake de “Invasión de los ladrones de cuerpos”, con Nicole Kidman y Daniel Craig. Y me propongo hacer lo propio con la versión ochentera, donde podemos disfrutar de Donald Sutherland, Jeff Goldbum, Leonard Nimoy, entre otros buenos actores.

La palabra “coronavirus” o “Covid 19”, suena demasiado, y la melodía no acaba de ser bella, pero un explorador de imágenes como yo no puede evitar hacer zoom sobre lo que parece un coloreado planeta lejano. Zoom+, y veo al Principito hablando con la serpiente, zoom-, y acierto a ver el baobab. Después empiezo a buscar información sobre el tema, pero soy consciente de que lo rehúyo.

Comida clásica del Propeller Club de Barcelona. Aunque el tema es otro, la velocidad de cómo este pequeño alien se infiltra en la comunidad humana, no deja de generar comentarios, controversia. Unos alarmistas, otros alarmantes… otros huidizos y escépticos. Algunos de los presentes, hemos tenido la oportunidad de convivir íntimamente con el “psicovirus”. Busca enamorarte con su imagen…si te despistas lo consigue, para luego devaluarte y, si tiene suerte, descartarte de la manera más cruel.

Justo después de que el obturador de mi cámara hiciera su ruidito por última vez (hasta el momento), y dada la desconvocatoria masiva de actos y demás, en los que este fotógrafo participa como es habitual, decido dejar Barcelona e irme a mi casa de Segur de Calafell. Pensé en la que se nos venía encima y, dadas las circunstancias, mejor contemplar el horizonte y la naturaleza. Mis discos duros, llenos de películas y series, y un buen stock de libros, ayudarán también.

 

Fue rápido. Seguramente unas pequeñas toses ajenas y directas, fueron suficientes. Yo ya percibí que me buscaba. Mi carácter psicológico y orgánico parece atraer a cierto parasitismo humano y no humano. Y así fue, como dice la canción de Juan Gabriel (aquel del video “viral”, donde se pega un soberbio tortazo sobre el escenario…luego llegó el del cantante de Maná…mucho mejor). Entre el 13 y el 14 de marzo, este bichito, con aspecto de pelotita antiestrés del futuro, llavero o semejante, empezó a cortejarme. El día 17 de marzo, empecé por la noche a “sentir su calor” (Presuntos Implicados). El 19 empezó a subir la fiebre. El 20 mi cuerpo estaba caliente, que no cachondo, y a partir del 21 empezó mi gestión de llamadas, cada vez mas despavoridas, al 061, a mi mutua, y a mis amigos del Vendrell…mis salvadores. 061…le llamarán en un par de días…la situación es de colapso. Más fiebre, más tos…vuelvo a llamar. Sí sí, en breve le llamarán. Mismo esquema, pero con un dolor de huesos digno de víctima apaleada por gánsteres aficionados. Llamo a mi mutua…me atiende una doctora. Quédate en casa, y toma Nolotil y jarabe Flutox. Al paracetamol soy alérgico y mi adorado Ibuprofeno generó controversias y dejé de tomarlo. Pues bien, alergia al Nolotil y alergia al Flutox. Vuelta al ibuprofeno…si he de caer, que sea en manos de un viejo conocido. Y así seguí…061…ahora le llamamos. Es que me encuentro cada vez peor, mi espalda está ardiendo, la fiebre me sube, tengo una tos de ultratumba, me va a estallar la caja torácica, siento como si Rocky Balboa me hubiera dado de mamporrazos. Nunca he tenido tanta fiebre. ¿Se ahoga? No. ¿Puede respirar? Sí. Pues como le llevo diciendo hace varios días, en breve le llamamos. Me llama una doctora de la mutua, sobre el día 26 de marzo, si no recuerdo mal. Música celestial…te enviamos una ambulancia, que te depositará dulcemente en el Hospital de Santa Tecla… something so. Que no…que no hay ambulancia… ¿No puedes ir por tus medios? También puedo provocar una colisión múltiple. Mensaje de voz…que sí…que ya está activada la ambulancia.

Dos vías, y aún sin pijamita de enfermo, creo que pasé unas 25 horas en el box, con las dificultades prácticas que eso representaba. Me daba igual. Pasan horas y aquí no llega ni dios. Llamo otra vez a la Mutua. Me dijeron que venía la ambulancia. No, le dijimos que ya estaba activado el 112. Oiga, pero si he llamado mil veces al 112 y sigo dando tumbos “pels puestos”. Bueno, muy amables, seguiré muriéndome un poco. El día 27, creo que el 061, o la mutua, o quizás yo estaba delirando, tuve la visión de que una ambulancia me recogería y grácilmente me acercaría al Hospital. Permanecí sentado en el sofá hasta las 5 de la mañana, vestido, “waiting”. Vuelta a la cama, vuelta al lago nocturno, a los cambios de camiseta. Esto está empapado, cambiate de lado. El pánico me abrazó y empezaron algunos llantos. Fue entonces, cuando gracias a la gestión de mi Sant Jordi particular, el 061apareció el día 28, pasadas las 6 de la tarde. Preparándome cuatro cosas para llevar, me entró el peor ataque de tos que he experimentado. Tanto que, lógicamente, olvidé el móvil en la casa. Eso sí… me llevé el cargador.

 

Más o menos una hora esperé en la ambulancia, ya en el Hospital Comarcal del Vendrell, hasta que me llevaran a la salita de espera. Después radiografía. Resultado: Tiene neumonía, pase a la sala de espera. Y por fin al box. De alguna manera me sentía mejor. Entorno apropiado para darle unos meneos al pequeño alien, a ver su reacción. Pasado un rato entra una enfermera. No pude ver mucho de ella por las medidas de protección, pero era muy simpática. La acompañaba una bandeja…a lo lejos parecía un menú, pero cuando entró en mi campo de enfoque reconocí, sin haberlo visto antes, el set de la prueba PCR. Te va a doler un poco, son 6 pinchazos. A mi me daba igual… pero me dolió. No me habló de lo de después. Los infinitos bastoncillos, uno en cada fosa nasal, y otro por la boca. Los tres hasta el mas allá. Con el tercero ya me desmayé. Llamadme flojeras. Gasas con alcohol, cambio de posición de la camilla y en tres minutos vuelta, mis queridos televidentes, al Planeta Azul.

Dos vías, y aún sin pijamita de enfermo, creo que pasé unas 25 horas en el box, con las dificultades prácticas que eso representaba. Me daba igual.

Aquí la primera nota surrealista hizo su aparición. Al día siguiente de ingresarme y debido a un error burocrático, comunicaron presencialmente a mis amigos y mi hermano, que me habían dado el alta. Finalmente, y en unos minutos, se aclaró el asunto…mi hermano en concreto ya pensaba que me había ido caminando a la casa, por ahí, por la N340 y los bosques, con la posibilidad de tener que luchar contra alguna alimaña al mas puro estilo de Johny Weissmüller.

Cuando me llevaron a planta y me instalaron en una habitación, vi la luz…me repetía a mí mismo “no lo puedo creer”. Limpieza, tranquilidad, y jóvenes enfermeras, doctores y doctoras, de una simpatía terapéutica brutal, aparte de su buen hacer profesional. Con vías y poniéndome las “gafitas de oxígeno” estuve dos días. Ya más relajado, tenía flashbacks, escenas caprichosas de mi historia.

Mi madre y mi abuela colocándome pañuelos impregnados de colonia en la frente, para paliar el dolor de mis terribles jaquecas cuando era poco más que un niñito. Dije mamá. Pero no pudo ser.

Al día siguiente de ingresarme y debido a un error burocrático, comunicaron presencialmente a mis amigos y mi hermano, que me habían dado el alta.  

Estos dos primeros días en la soledad de la habitación, creo que lloré lo correspondiente a unos cuantos años, por familiares, por gente querida, por recuerdos, por el recuerdo de situaciones muy familiares de trabajo, de mi entorno…vamos que el sudor de la casa, se transformó en lágrimas de hospital. Ya sin fiebre, a veces veía un buen chuletón de buey madurado, poco hecho, listo para saborear, o devorar. También necesidad de abrazar, de besar, de sentir fuertemente el contacto de alguien querido, o alguien deseado.

El olvido del móvil, provocó una historia paralela, un poco surrealista en algún caso. Mis amigos del Vendrell, no sabían nada de mí. Solo que, efectivamente, estaba ingresado. Creo que fueron tres días sin móvil. Una grata experiencia…yo mi me conmigo…mis pensamientos sin estímulos de comunicación adulterada. Sin cientos de fotos y videos relacionados con el coronavirus, o videos nada coronavíricos, para amenizar la enfermedad. Qué fácil se desaprende la comunicación, con lo preciosa que es. Qué diferente puede ser una persona cuando su alter ego telefónico toma el mando. Puedo contar pocos y pocas que me transmiten esa comunicación de forma sencilla, pero enriquecedora.

Sant Jordi, después de mucha investigación (poli al fin y al cabo), me trajo al hospital una bolsa con utensilios necesarios, así como un móvil de una amiga. Esta persona solo me había visto una vez, y cedió su móvil para que yo no estuviera incomunicado (¿Dios existe?). Introducido de nuevo en ese extraño mundo, logré comunicar, a través de una red social, para que mis vecinos dejaran su copia de mis llaves a Jordi y pudiera recoger mi móvil. Paralelamente, una amiga, a la que veo de año en año, pero con la que mantengo comunicación, empezó una gestión de locura…policía local, bomberos…Afortunadamente la comunicación llegó antes de que tiraran la puerta de la casa. Luego si le dices algo al seguro, silva mirando al cielo.

Unas tres horas respondiendo mensajes de familia, amigos y amigas. Feliz de su interés por mi vida. Más lágrimas. También descargando el aparatillo de videos, básicamente. Algunos de una pesadez importante. Otros me gustaban, y con otros lloraba, pero de risa.

Cada vez que entraba una enfermera, era una alegría, te pincho, te meto lo que sea por las vías, te daremos cóctel de fármacos. Dadme lo que queráis, ahora soy vuestro. Control de saturación pulmonar, frecuencia cardíaca, fiebre. Las cosas van cambiando. Antes del cuarto día la fiebre y el calor abrasador en los lumbares y espalda ya no existen.

Me cambian de habitación, esta vez, la comparto con un señor también positivo en el planetita.

Mayor que yo, débil, con tos más fuerte, dificultad para moverse. Cuando las enfermeras no daban abasto, le echaba un cable poniéndole las gafas de oxígeno (a veces tienen su incordio), acompañándolo al baño, o cualquier otro menester doméstico.

Sigo comiendo los menús de hospital, pero pensando en el chuletón, naturalmente.

Análisis, radiografías y me dicen que, si todo va bien, el fin de semana para casa.

Quedan días, pero sube el ánimo. Mientras tanto, bombardeo de vídeos, periódicos y más morralla digital, incluidos links de noticias sobre el coronavirus (esto no acabo de entenderlo…será por falta de estudios), y algunos mensajes llenos de cariño, que provocan el habitual “river of tears”.

Qué ganas de ver entrar por la puerta una enfermera, un doctor o doctora, la señora que limpia, cuya labor terapéutica se añadía a la de los profesionales sanitarios. Todos inyectando ánimos y simpatía, y yo respondiendo con chistes improvisados…a veces más acertados que otras, pero siempre de buen rollito, naturalmente.

El día 3 de abril, ya me comunicaron el alta para el 4. Este último día en el hospital fue desesperante. Debido a la falta de ambulancia disponible, no pude volver a casa hasta las 8 de la tarde. Mi estado nervioso me incordió bastante… ansiedad, y no de tenerte en mis brazos musitando palabras de amor.

Me recogen… me despido de mi compañero de habitación, toco su frente con mi mano y lloro desconsoladamente, más que nunca. Las enfermeras aplauden en el pasillo y roto de emoción y agradecimiento pude llegar a la ambulancia.

Ya en casa, abrí la puerta, y cuando entré, me sentí desubicado. Me sentí como el Major Tom, de Space Oddity, pero en este caso, la cápsula espacial de fina lata aguantó. Al entrar en la cocina, una olla y un recipiente de ensaladilla…comida enmohecida. Saque fuerzas y puse un poco de orden, faltaría más. Cambio de sábanas, ducha y poco a poco volviendo a una realidad anterior. Dormí bien, como siempre en los últimos tiempos, un poco ayudado por la química, pero bien.

Los siguientes días se llenan de emociones diferentes, de alivio, de cierta felicidad, la reconfortante caricia del sol, la capacidad de seguir con algún que otro libro, los visionados de partidos de Tenis de mesa o tenis en youtube. Videos terapéuticos, históricos, de humor.

Cada vez que entraba una enfermera, era una alegría, te pincho, te meto lo que sea por las vías, te daremos cóctel de fármacos Ya casi un mes y medio solo, a no ser por la cercanía de las personas del hospital. A veces muchos mensajes, mensajes a los que habría que aplicar una desbrozadora en ciertas ocasiones. Y conversaciones telefónicas, no demasiado terapeúticas para mis pulmones, pero si para mi alma.

El récord, 3,5 horas de teléfono con mi hermano, haciendo un repaso al humor, al cine, a la prensa, al comportamiento humano, con algunas risas bastante dolorosas. También con mis amistades. Algunas de ellas, miel de alta calidad para mi alma.

Hace tres días, vuelta al hospital para una pequeña revisión. Sigo con neumonía, pero mejor. Inhaladores y paciencia infinita. La tos se encarga de desilusionarte a veces, y si el nuevo día te regala sol, tu corazón bombea al ritmo del Son Cubano.

Ganas de besar, ganas de abrazar, y ganas de sentir.

Hospital Comarcal del Vendrell, ¡os quiero!

Juanjo