En las últimas semanas, en especial tras la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales estadounidenses, se ha convertido en habitual ligar los pésimos resultados en las urnas (nacionales o regionales) de numerosos gobiernos occidentales con la inflación excesiva vivida por esas economías en tiempos recientes.
Desde luego, existen factores en todos los casos más allá de lo económico para explicar esos resultados, incluyendo, en el caso estadounidense, cuestiones socioculturales, de seguridad interior y exterior o de fortalezas y debilidades de los propios candidatos. Pero ya mostramos en estas mismas páginas que Joe Biden cerraría su legislatura con la mayor inflación media de las pasadas cuatro décadas en Estados Unidos, y que esa sería la variable económica crucial en las elecciones. Los ciudadanos perciben mucho más, al menos cuando el desempleo es muy reducido, la evolución de su poder adquisitivo que la del crecimiento económico u otras variables macroeconómicas relevantes.
Algunos analistas apuntan a una doble injusticia en esa penalización. Primero, las tasas de inflación están ya muy cerca del venerado objetivo del 2% anual. Segundo, ¿no son los Bancos Centrales, independientes de los Gobiernos, los responsables de evitar las escaladas de precios? Respecto a este último argumento, el lector habitual de estas páginas conoce cuánto hemos criticado a los Bancos Centrales por su retraso en responder, ya en 2021, a la aceleración de la inflación. Pero también es cierto, por ejemplo, que las políticas de la Administración Biden intensificaron esas presiones inflacionistas.
Respecto al primer punto, es importante entender que, aunque las tasas de inflación retornen al objetivo, para los ciudadanos lo más importante es la trayectoria acumulada de los precios. En el gráfico superior se muestra (línea negra), cuánto habrían crecido éstos hasta finales de 2024 si la inflación, cada año desde 2021, hubiera sido del 2%. Véase cómo, para todos los países seleccionados (salvo Japón), el nivel de precios está entre 10 y 15 puntos por encima de esa referencia. Cierto es, en algunos casos, que los salarios han crecido lo suficiente como para compensar ese aumento excesivo de precios, pero no para todos los países ni para todos los ciudadanos. Si plasmásemos ese mismo gráfico con los precios de los alimentos, los más percibidos por los consumidores, la diferencia sería todavía mayor.
Así que, para explicar el castigo electoral, mejor observar el nivel de precios que la inflación. Y quizás también, como creen (creemos) algunos analistas, convendría revisar si el objetivo de los Bancos Centrales debería definirse en términos de la evolución del nivel de precios, y no de la tasa de inflación anual.