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Tardío inicio, drástico aumento, pausada reversión y ahora ¿divergencia?

  • Última actualización
    10 enero 2025 05:20

El tránsito entre los años 2024 y 2025 constituye un interesante punto de inflexión para los Bancos Centrales (BCs) occidentales. Como revela el gráfico adjunto, el comportamiento de todos ellos, con matices, ha seguido parámetros muy similares después de la pandemia. Se demoraron de manera injustificable en su respuesta a la espiral inflacionista, la mayor en medio siglo, iniciada a mediados de 2021. Aumentaron sus tipos de interés de referencia de forma rápida y contundente desde el verano de 2022 al otoño de 2023, hasta constatar una reducción significativa de la inflación. Y redujeron de manera pausada (y acertada), como aquí anticipábamos, esos tipos de referencia, porque, aunque las subidas de precios se muestran ya próximas a sus objetivos, algunos elementos, como los precios de los servicios, no se han controlado plenamente. Sin embargo, los próximos trimestres pueden mostrar una apreciable divergencia en el tenor de esos BCs.

Claro está, el impacto de las políticas de la Administración Trump tendrá mucho que ver en ello. Si se llevan realmente a la práctica las medidas anunciadas, se trata de un paquete que elevará el crecimiento, la inflación y los desequilibrios estadounidenses. A corto plazo, reforzará el dólar y obligará a la Reserva Federal a frenar el descenso de tipos que tenía anticipado, más de lo que actualmente se anticipa, hasta el punto de que resulta dudoso que se reduzcan incluso en los 50 puntos básicos que se pronostica como el mínimo para el conjunto de 2025. Por el contrario, Europa, con economías languidecientes y menos desprecio por el equilibrio fiscal del que viene mostrando Estados Unidos, reducirá los tipos de interés en mayor medida. Canadá, donde las turbulencias políticas y las implicaciones del proteccionismo estadounidense son aún mayores a las europeas, se encuentra ante un escenario similar. Australia, donde la inflación se muestra más persistente, tiene mayor margen de descenso, sobre todo si la economía china sigue sin repuntar.

No obstante, es probable que la magnitud de los recortes en todos estos países sea menor de la que actualmente descuentan los mercados. Primero, porque la depreciación de sus monedas respecto al dólar es inflacionista (y capaz de compensar en sus exportaciones los presuntamente crecientes aranceles estadounidenses). Segundo, porque los Bancos Centrales pueden ser reacios a regresar tan pronto a tipos próximos a cero, con implicaciones negativas ya conocidas. Y, no lo olvidemos, siguen teniendo balances superiores a lo normal, y ralentizar su normalización puede ser una línea alternativa de relajación monetaria.

Por tanto, tipos serán a la baja en 2025, en menor medida en Estados Unidos que en el resto de Occidente, pero probablemente en inferior medida, en todos los casos, de lo actualmente descontado.

¿Qué nos deparará 2025?

Ha concluido 2024 con el anticipado cambio del foco de atención desde el control de la inflación, en general logrado durante el año, a las dudas sobre un crecimiento económico modesto, que apenas parece resultar satisfactorio en Estados Unidos, frente al casi estancamiento europeo y las dudas sobre la recuperación china, mientras en el resto del mundo emergente y en desarrollo los desequilibrios de distinta índole cuestionan incluso los no muy abundantes casos de crecimiento elevado del PIB (India, Turquía). Mientras la geopolítica ha seguido siendo un lastre para la economía global, los estables mercados de materias primas (si usted no es muy apasionado del café y el chocolate), la solidez y flexibilidad de las cadenas de suministro y la progresiva y generalizada relajación monetaria han contribuido a sostener esa economía mundial.

¿Y 2025? A continuación, una visión sintética de nuestro escenario central:

-Crecimiento económico y mercado laboral. No habrá un rebote del crecimiento y sí una divergencia entre el fuerte impulso al PIB en Estados Unidos por las medidas de la Administración Trump, y las dificultades para revertir el pobre avance de la actividad en la Unión Europea y Japón. No obstante, la razonable solidez de los mercados laborales y las elevadas tasas de ahorro privadas están a la espera de las políticas adecuadas para romper esa dinámica mediocre. Por otro lado, después de resistirse más de lo previsto, los estímulos de China debieran mejorar el dinamismo económico en el país, reforzando las positivas perspectivas para el resto de los grandes países emergentes no latinoamericanos. Al margen de la todavía por consolidar estabilización argentina, las perspectivas no son favorables en esta área.

-Inflación. Como ya anticipamos el pasado año, recorrer la “última milla” en la reducción de la inflación no está siendo sencillo, pero, salvo en países concretos (Estados Unidos, Brasil, Turquía), la preocupación por la evolución de los precios será ya secundaria en 2025. Y atención a dos tendencias contrapuestas: efecto inflacionista fuera de Estados Unidos de un dólar fuerte, frente al impacto deflacionista de las masivas exportaciones chinas, que continuará mientras el país carezca del dinamismo necesario en su mercado interior para absorber una mayor parte de su producción.

-Políticas estructurales. Las estrategias industriales y tecnológicas conducidas y/o impulsadas desde el sector público se han convertido en un rasgo esencial del paisaje económico internacional en los últimos años, como mecanismo de recuperación tras la pandemia, como fórmula de posicionarse ante las exigencias de la “economía verde” y la nueva oleada tecnológica, y como respuesta a la preponderancia china en un número creciente de subsectores críticos. 2025 continuará contemplando medidas en estas dimensiones, pero serán otros dos ámbitos de intervención públicas los que experimentarán un considerable avance que se iniciará en EE.UU., con efectos de arrastre sobre el resto de las economías: la política comercial, con los aranceles como mecanismo en alza y fuente de conflictos, y las políticas regulatorias, con tendencia hacia la desregulación.

-Política fiscal. No es probable que 2025 verifique la necesaria contención fiscal que se requiere a escala global, con impulsos en sentido contrario en los tres grandes bloques: las reducciones fiscales masivas en Estados Unidos, el aumento del gasto en China y la imposibilidad de emplear ni gastos ni ingresos en Europa.

-Política cambiaria. Pariente pobre en el ámbito macroeconómico, las tensiones introducidas por las políticas proteccionistas de la Administración Trump, con un dólar al alza que compensaría la presunta ganancia competitiva de los nuevos aranceles, podrían dar paso tanto a una nueva “guerra de divisas” similar a la acaecida tras la Gran Recesión como a un nuevo Acuerdo Plaza.

Los riesgos al alza sobre el escenario central

¿Y si finalmente Donald Trump, siguiendo lo indicado por su nuevo secretario del Tesoro, Scott Bessent, emplea el arma de los aranceles solo como elemento de negociación y ésta se impone a las represalias comerciales? Menos sanciones, inferior presión alcista sobre el dólar, mayor laxitud monetaria y menor incertidumbre es una combinación ganadora para el crecimiento global. Si, además, los conflictos geopolíticos vigentes se resolvieran y no estallaran otros nuevos, un panorama optimista se apoderaría de 2025. No es que el autor confíe mucho en ello, pero cosas más raras (no muchas) se han visto.

Los riesgos a la baja sobre el escenario central

Aun asumiendo que finalice el conflicto entre Rusia y Ucrania, no necesariamente de manera equilibrada, el margen de deterioro de la situación tanto en Oriente Medio con en el mar de la China meridional es apreciable, y, de materializarse, afectaría de manera muy intensa tanto al suministro de materias primas estratégicas como al comercio internacional. Éste ya se vería castigado si la posición maximalista de Donald Trump en materia arancelaria se pone en práctica, con una catarata de represalias generalizada. Tampoco pueden omitirse los riesgos a la baja que provienen de una intensificación de las pérdidas por catástrofes naturales mientras siguen las disonancias entre países sobre cómo avanzar en la lucha contra el cambio climático.

Ese factor disruptivo y ambiguo

2025 será testigo de un avance adicional y de mayor impacto de la inteligencia artificial tanto en el ámbito personal como en el ámbito empresarial. Siguen existiendo dudas sobre el impacto efectivo de la misma, positivo sobre la productividad y negativo (¿complementaria o sustitutiva?) sobre el empleo, pero será probablemente más visible en el nuevo año que ahora comienza que en los anteriores.

En su conjunto, los riesgos a la baja señalados respecto al escenario central son mayores que los riesgos al alza.

Elon, ese extraño elemento

No es habitual considerar en las previsiones económicas del año a un individuo que ni siquiera formará parte de gobiernos, instituciones internacionales o Bancos Centrales (el Departamento de Eficiencia Gubernamental que codirigirá con Vivek Ramaswamy no está integrado en el Gobierno de Estados Unidos), pero la singularidad de Elon Musk y de su relación con Donald Trump nos obliga a hacer una excepción. Por supuesto, la ruptura puede llegar en cualquier momento, porque el empresario desea un perfil mucho más condescendiente hacia la inmigración (cualificada) o China (su negocio depende de ello) que el presidente; o puede desesperarse pronto, cuando compruebe que su objetivo de recortar el 60% del gasto público no ligado a programas sociales o de defensa (partidas éstas intocables para Trump), es irrealizable. Pero es la desregulación donde el impacto de Musk puede marcar los próximos años, no solo en Estados Unidos, sino a escala global. Primero, la ligada a las nuevas tecnologías, y la inteligencia artificial generativa en particular. Aun a costa de los principios de seguridad, privacidad y defensa de la competencia, esa desregulación puede situar en una ventaja aun mayor a Estados Unidos, en especial respecto a Europa, en las tecnologías del futuro. Segundo, en el ámbito financiero, el péndulo regulatorio se podría mover claramente hacia el desarme regulador, revirtiendo lo avanzado desde la Gran Recesión, y arrastrando al resto del mundo hacia una competencia a la baja que nos podría devolver a los marcados excesos, de nefastas consecuencias, de finales del siglo XX y principios del actual. Atentos, pues, al binomio Musk-regulación.