El crecimiento de la deuda pública en (la mayor parte de) los países occidentales en la pasada década y media ha alcanzado tintes preocupantes, en especial si, como resulta más que probable, la financiación a coste prácticamente nulo y hasta negativo en términos reales se ha terminado. Si ya no podemos contar con tipos de interés inferiores a la inflación, y el crecimiento económico va a seguir siendo lánguido en Occidente, los Gobiernos deberán reajustar sus ingresos y gastos que, en muchos países, aparecen desalineados desde hace años. Para ello, claro está, hay dos caminos: aumentar la recaudación fiscal o reducir el gasto público. Esa elección dependerá de las prioridades económicas, pero también de las políticas e ideológicas. Como es sabido, esta es, o debería ser, la diferencia entre las autoridades monetarias y las fiscales en Occidente. Pero en esa elección debiera considerarse tanto la trayectoria como el nivel actual de gastos e ingresos. El gráfico nos permite constatar tres realidades bien diferentes.
En Estados Unidos y España, la deuda pública ha estado escalando sin tregua, hasta que una inflación desatada la ha reducido, poco y artificialmente los dos últimos años. Nada sorprendente, cuando, en España, los gastos públicos superan a los ingresos de manera ininterrumpida desde la Gran Recesión, y en EE.UU. es así desde el cambio de siglo, con el último superávit vivido durante la Administración Clinton. El desequilibrio en ambos países es superior durante las recesiones, pero no se elimina en los períodos expansivos. Eso sí, ingresos y gastos no se comportan igual en los dos. En Estados Unidos, ambas variables presupuestarias se mantienen bastante por debajo de los niveles europeos. Mientras los gastos fluctúan de forma previsible con el ciclo económico, mantienen una tendencia levemente creciente, con picos en los momentos de recesión que son tan acentuados como los europeos. En España, la distancia entre gastos e ingresos se mueve con el ciclo, pero con ambas variables al alza en general, para los segundos después del ascenso y caída ligados el boom inmobiliario de principios de siglo. Como contraste, recogemos en el gráfico también la situación fiscal alemana, mucho más equilibrada, lo que redunda en una deuda sensiblemente menor y estable. Tanto ingresos como gastos son mayores que en las otras dos economías, pero, como corresponde a una política fiscal anticíclica y prudente a los déficit en períodos de debilidad del crecimiento, siguen los superávit cuando la economía mejora. Por tanto, es factible mantener un equilibrio presupuestario medido a lo largo del tiempo, pero las reglas y la cultura fiscal alemanas no son fáciles de importar donde esos niveles de deuda pública tan elevados parecen importar solo a ciertos colectivos y expertos. Pero recuerden: no es lo mismo que el desequilibrio fiscal continuado sea en España que en EE.UU., que gozan de la doble ventaja de su potencial económico y del dólar como referencia internacional. Mucho debe deteriorarse la situación para que el país tenga problemas por el encarecimiento o la imposibilidad de obtener financiación. Esto no es aplicable para España: la primavera de 2010 no está tan lejos. Recuperemos el equilibrio en las cuentas públicas lo antes posible.