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Más luz y menos cuentos

  • Última actualización
    29 abril 2021 15:49

No parece que sea muy discutible eso de que cada vez tenemos más y más información, o desinformación. Han aumentado los medios. Se han multiplicado las fuentes. Se han reproducido los emisores, a la enésima potencia. Los he contado así por encima, y me salen 7.700 millones de emisores, tantos como habitantes tiene el planeta.

Cada uno de estos supuestos informadores, si no vigila su honestidad y dónde se alimenta informativamente, se convierte en un nuevo desinformador. Hemos pasado de ser casi imposible conseguir que nos cuenten algo de algo, a que resulte inevitable que cualquiera cuente todo de todo, hasta de lo que no existe.  

En el pasado, las empresas te contaban lo muy poco que te contaban cuando te lo contaban. Estaban en su derecho. Las instituciones lo mismo. Estaban en su costumbre.

Hoy en día son ya pocas o ninguna la instituciones, asociaciones o sindicatos los que prefieren el silencio.

Elegir el mensaje y el medio en que difundirlo es más complicado que aquello de que “como no me gusta cómo se ha transmitido el mensaje, a partir de ahora ya no cuento nada a nadie y ya está”. El maltrato de los medios a distintas temáticas ha llevado a algunos a adoptar la recurrida solución de “muerto el perro se acabó la rabia”.

El silencio significa el riesgo de cargar de razón a quienes mienten y tergiversan. Callar la información, esperando que nadie diga nada si yo no digo nada, nunca ha dado buen resultado. Al final, si no se transmite desde la fuente original, entre los miles de millones de emisores habrá alguno que se encargue de crear el mensaje que quiera y circularlo en medios afines.

Los particulares y las empresas privadas pueden, por supuesto, hacer lo que consideren, pero asociaciones, sindicatos, instituciones... deberían replantearse si su actividad afecta solamente a su círculo inmediato o a todo un sector. A partir de ahí cada cual ha de establecer la real responsabilidad que tiene respecto a comunicar una nueva ley, un convenio o un nombramiento.

Callar, ocultar férreamente, tapiar y custodiar la información es la opción elegida por algunos, sin darse cuenta de lo peligroso que puede ser no comunicar en tiempo y forma adecuada, siempre en los medios que no hayan tirado por la borda la etiqueta de “respetables”. Que alguno queda.

Hemos pasado de las vallas que parapetaban los recintos portuarios, a que medios y mensajes vayan y vengan de la sociedad a los puertos y viceversa. El proceso es imparable. Tratar de posicionarse en él de la mejor forma posible es la única solución.

Quedan reductos que se creen aldeas galas, que resisten y resistirán al invasor. No se dan cuenta de lo imposible que resulta dominar los mensajes si no se adelantan a los tergiversadores.

Llegará el día, y ojalá sea más pronto que tarde, en el que, en las ruedas de prensa, cuando se haga alusión a un medio, se le cite con su nombre, para bien o para mal. Que cuando un redactor publique lo contrario de lo que se le informa, no se le vuelva a convocar, al menos en una temporada.

Ojo, no se trata de no respetar otras opiniones o enfoques, Dios me libre. Se trata de que ya está bien de tanta y tanta mentira. De artículos sobre una rueda de prensa escritos antes de asistir a ella. De que den igual los datos y solo importen los intereses de uno y otros. No hay más remedio que defendernos. Y eso solo se consigue una vez que se venza el miedo.