Santander, 11 (9 n). Al llegar a esta población el tren de Bilbao, fué detenido el súbdito argentino Alfredo Faithful, resultando ser el matador de un marino inglés tripulante del vapor “Liwtyne”.
Según la declaración de Alfredo, el crimen fue cometido en Baracaldo, hiriendo al inglés con una navaja de pequeñas dimensiones. Alfredo no creyó que la lesión fuese grave; pero al enterarse al día siguiente de que el inglés había fallecido, huyó a Castro Urdiales, y desde esa villa a Santander.
El argentino tiene diez y ocho años. Está totalmente tatuado. Se encontraba a bordo de los vapores ingleses “Gleucho” y “Hazleparck”, que resultaron torpedeados.
En un rincón de su portada asabanada a seis columnas, atestada de informaciones variopintas, fotografías de grano grueso y caricaturas satíricas, el periódico madrileño “La Acción” publicaba el sábado 12 de mayo de 1917 la información arriba transcrita textualmente, bajo el título “La muerte de un marino inglés. Detención del autor”.
Hace semanas, mi colega de El Correo, Carlos Benito, rescataba también, en este caso de la hemeroteca de “El Pueblo Vasco”, sucedidos protagonizados por marinos extranjeros en el Puerto de Bilbao a comienzos del siglo XX, cuando la Villa apenas sumaba 100.000 habitantes y tenía una notable población “flotante” de marinos foráneos que, además de aportar una nota de color, alimentaban con frecuencia las páginas de sucesos de la prensa local.
Como recuerda la hemeroteca, siempre había alguno de estos marinos que regresaba al barco de madrugada, cuando el puerto estaba en el centro de Bilbao, con un equilibrio inestable, y no superaba el reto de caminar por la planchada. Así se ahogaron marineros como el noruego Christian Calwose (según las transcripciones de la prensa de la época, no siempre fidedignas) que se cayó a la ría en 1919 en Olabeaga.
Tampoco era raro que algunos de ellos se quitasen la vida durante su estancia en Bilbao, como Wilhalm Strebou, tripulante de un buque alemán fondeado en Bilbao al empezar la I Guerra Mundial. “Con frecuencia lo veían dominado por honda pesadumbre, producida por la carencia de noticias de los suyos”, recogía “El Pueblo Vasco”. Su cadáver apareció en Portugalete a principios de 1915.
Mención especial merece el marinero ruso que intentó suicidarse cuatro veces en dos días; primero se arrojó a la ría, de donde fue rescatado por unos vecinos; después, trasladado a un calabozo, intentó ahorcarse, pero lo descolgaron los celadores; ya en la calle, se arrojó ante el automóvil de la viuda de Palacios, pero el chófer logró frenar a tiempo; finalmente, detenido por la Guardia Civil, se tiró por el hueco de una escalera, pero lo agarraron por los fondillos de la americana.
En 1919, siete marineros nórdicos (tres noruegos, dos finlandeses y dos daneses) protagonizaron el llamado crimen de Lamiako. Estuvieron bebiendo en la casa del pintor Francisco Saavedra, en Las Arenas, donde “hicieron un gasto de 41 botellas de cerveza, que se negaron a pagar en un principio. Después planearon un proyecto canalla, diciendo a Francisco que le pagarían a bordo”, decía “El Pueblo Vasco”. El anfitrión fue arrojado a la ría y se ahogó. El marinero Christiano Hugo Milsen fue condenado a ocho años de prisión y a pagar 3.000 pesetas a la viuda.
Los periódicos actuales apenas dedican espacios para reflejar la actividad y la vida portuaria. Aunque mejor eso que no ver la crónica portuaria convertida en una sección más de las páginas de sucesos. Eso sí, la lectura de estos “relatos portuarios” es un deleite. ¿O no?