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Cisnes por descontado

  • Última actualización
    06 noviembre 2024 05:20

Todo desastre ha conllevado siempre para la humanidad un aprendizaje y, cuando no hemos aprendido, de inmediato el devenir nos ha colocado en el camino la misma piedra para que de nuevo tropecemos y... aprendamos.

Tenemos ejemplos por doquier y algunos de ellos paradigmáticos en el mundo de la logística en general y del transporte marítimo en particular, como es el caso del hundimiento del “Titanic” y todas las normativas de seguridad, clasificación y construcción que revolucionaron a partir de ese momento el shipping, aunque esto es extrapolable al mundo de la aviación, del ferrocarril y con aún mayor capacidad de adaptación al mundo del transporte de mercancías por carretera, y en este caso no podemos dejar de mencionar la tragedia de Los Alfaques.

En este sentido, cuanto mayor desarrollo económico, social, político y, sobre todo humano, hemos ido alcanzando, mayor es la capacidad de analizar qué ha pasado, por qué ha pasado y cómo ha pasado y, de esta forma, progresar en el sentido más estricto y menos ideológico de la palabra.

Eso sí, este análisis requiere de todas esas virtudes que cuesta gestionar cuando el drama está vivo y se funden la desesperación, la frustración y el desánimo. Y, muy importante, requieren de un análisis multidisciplinar porque un desastre como el que vive estos días Valencia requiere valorar con amplitud de miras desde el comportamiento científico de los fenómenos naturales, hasta la evolución técnica de las infraestructuras, pasando por todas las capacidades de reacción y siguiendo con toda la cadena humanitaria de respuesta, atención y medidas paliativas que vienen a continuación. Nada puede quedar sin ser analizado, No podemos permitirnos no someter a examen todas y cada una de las vertientes que se desatan en una situación de estas características porque es la única forma, insistimos, de seguir construyendo un mundo mejor.

Eso sí, no olvidemos que para esta tarea hace falta paciencia, rigurosidad, perspectiva, objetividad, sosiego, ambición y, lo más importante, valentía y capacidad de acción para implementar todo lo que se concluya. Sin este último paso todo sería inútil.

Hemos comprado todas las papeletas

Hay un análisis muy interesante a este respecto sobre el hecho desnudo detonante de todo desastre. Los pedantes y mistificadores del horterismo autoayudero nos han contagiado la identificación de estos hechos con las metáforas del cisne negro y del rinoceronte gris, es decir, entre fenómenos de gran impacto aleatorios, azarosos y cuya predicción resulta nada factible y fenómenos de gran impacto de alta probabilidad, reconocidos, evaluados e ignorados hasta que resulta demasiado tarde. Si ven internet descubrirán multitud de variantes con más animales que la sabana africana y más colores que el pantone, aunque la esencia es la misma, el desastre es el mismo y todo desemboca en el mismo análisis sobre lo inevitable y lo previsible.

Dicho esto, nos sepulte un cisne o un rinoceronte, debemos elevar el foco y ser capaces de asumir que estos fenómenos sí o sí deben ser desde ya contemplados social, humana y económicamente en nuestras vidas como algo habitual y no por recluirnos en el tópico de que “la vida es así”, sino porque estamos desarrollando ahora mismo un mundo que alimenta con ferocidad a la bestia de la incertidumbre.

Debemos dejar de hacer previsiones alegres y luego limitarnos a añadir la coletilla de “... a no ser que surja un cisne negro”. Hemos comprado todas las papeletas del cambio climático, de la perversión de la democracia, del desprecio a la paz, de la desigualdad y la indignación, de la dependencia global e infraestructural... Por eso, no sabemos exactamente cuándo, pero los cisnes negros van a seguir surgiendo sin cesar y, por desgracia, hay que “presupuestarlos”.

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