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Demonizando la mercancía

  • Última actualización
    20 junio 2024 05:20

¿Se acuerdan de la temporada de la “caída de las corbatas”? Para los más jóvenes diremos que aquello era una época del año en la que, por acuerdo tácito del sector, estaba permitido prescindir de la corbata entre el 15 de junio y el 15 de septiembre, siempre y cuando no hubiera de por medio un sarao digno de encorbatarse hasta las trancas (que siempre había alguno, por cierto).

Ha pasado el tiempo y, afortunadamente, la expresión ha pasado a la historia y está en desuso (salvo en alguna que otra cueva) por desfasada y sexista. Pero créanme si les digo que eso era así y con esas normas no escritas nos manejábamos por estos lares.

Esto del paso del tiempo es lo que tiene, lo convierte casi todo en relativo. Si hace algunos años te lo pensabas unos segundos antes de mandar a alguien a freír espárragos, ahora te lo piensas medio segundo antes de mandarlo a la mierda. Pero en ese medio segundo (es lo que tiene el tiempo) te da de sobra para relativizar, respirar, pensar y llegar a la conclusión de que lo mejor, sin duda, es dejar que esa persona en cuestión se hunda en su propia miseria y que no reciba de tu parte ni un mísero sonido gutural.

Ya sé que están pensando que un buen “vete a la mierda” te relaja y te recompone cuerpo y alma, pero convendrán conmigo que te sitúa a la altura del mendrugo de enfrente y eso no lo queremos, ¿verdad? De impresentables ya está el mundo lleno.

Al hilo de estos comentarios e impulsos irrefrenables, me viene a la mente una jornada celebrada el pasado martes en Valencia, organizada por la Federación de Asociaciones Vecinales, denominada “Los conflictos en la ciudad mercancía”. No estuve presente, lo confieso, pero allí se habló de “propuestas y soluciones frente a la mercantilización del espacio público”.

No pienso entrar en ese debate, ni en el de la gentrificación, ni en el de la vivienda ni en todos esos asuntos que son tan reales como preocupantes, precisamente porque este no es el foro ni el medio de comunicación adecuado. Ahora bien, no puedo dejar de poner el acento sobre lo que me toca, sobre lo que nos toca: lo de “ciudad mercancía” me ha llegado al alma.

Ya sé que es una forma de hablar y que la ciudad mercancía se refiere al proceso mediante el cual los espacios públicos, que tradicionalmente han sido accesibles y gratuitos para todos los ciudadanos, se están transformando en áreas dominadas por intereses comerciales y privados.

Ya sé que están pensando que un buen “vete a la mierda” te relaja y te recompone cuerpo y alma

Vale, pero ¿de verdad es necesario demonizar a la mercancía? En serio, a todos aquellos que al oír la palabra se les reproducen automáticamente sarpullidos por todo el cuerpo: ¿saben ustedes cuántos miles de personas viven de ellas? ¿Son conscientes de que el aclamado estado del bienestar tiene su origen en el intercambio de mercancías? ¿Saben que el desarrollo de la humanidad (por lo menos la nuestra) se ha apoyado sobre ellas?

Las prendas que ustedes visten, los alimentos que comen, todos los utensilios que utilizan para su vida cotidiana... ¿han llegado a pensar que en algún momento de su vida han sido mercancías? Pues sí, no lo pueden negar.

Reconozco que no es un tema sencillo y que requiere un debate profundo alejado de demagogias e intereses particulares, pero podríamos empezar por respetarnos unos a otros. La mercancía no es mala, no es el demonio y no se come a los niños...