Prosigue el chisme con que Monsieur Norbert, ni corto ni perezoso, al final decidió cortar por lo sano y convertir la herencia en algo tan simple y tan matemático como una división, vendiendo todo a XPO y transformando el sueño logístico de toda una vida en un porrón de millones de euros que no sólo se reparten mejor, sino que a los hijos también les suelen saber mejor. Ya saben: “Hijo, ¿qué quieres que te compre por tu cumpleaños? -La verdad papá, prefiero que me des el dinero y ya me compro yo el regalo”. Pues eso.
Sea como fuere, vendiera Monsieur Norbert por evitar cismas familiares, por simple pasión pecuniaria, por librarse de riesgos financieros o aburrido hasta las trancas de este sector logístico al que tanto endiosamos y del que creemos que es imposible renegar, lo cierto es que vender una empresa siempre lleva aparejado un estigma, el del fracaso o el de la envidia, por ser reduccionista.
En el apartado del fracaso, qué acostumbrados estamos a la hora de señalar con el dedo acusador al que toma las de villadiego tras salvarle la campana un comprador que asume el riesgo del agujero. Pero fracaso igualmente es para muchos el del emprendedor que tras años de denodado esfuerzo no encuentra en los hijos ni pasión ni ilusión por seguir al pie del cañón y, sin herederos, se le dice que ha enterrado la marca y el prestigio en ese sumidero con el que a menudo también señalamos a toda multinacional.
Pero vamos, que lo de estigmatizar vale también para cuando a todas luces las ventas son un éxito, de tal forma que la envidia teje todo un idioma donde el que vende su startup lo que pega es un “pelotazo”, el que se “forra” a costa de una multinacional lo que hizo es “meter un gol por la escuadra” y no sigo, si bien lo mínimo que te suelen decir, y ya es de por sí sintomático, es que has tenido “suerte”, todo ello trufado de esa conciencia general de que un proyecto propio lo debe ser hasta el final: o te mata la empresa o tú la matas a ella, pero, eso sí, ganes o pierdas, como salgas corriendo todo será en los mentideros pura cobardía.
Una de las derivadas de la crítica a toda venta, y a la que servidor ha contribuido desde esta columna, es la del fracaso por la pérdida de capital nacional.
Como quiera también que las empresas, a la hora de buscar diferenciación con lo multinacional, han venido poniendo en valor en estos años el ser líderes en la clasificación de capital español, hemos venido afeando por contraposición toda venta de lo nacional en beneficio de las multinacionales extranjeras, derretido el tótem de los campeones nacionales que erigiera Zapatero.
Desde este prisma, el enésimo ejemplo es la anunciada entrada de Geopost en el capital de Tipsa, que ha abierto la puerta al gigante francés de la misma forma que lo hizo Seur en su día para terminar dejando que se colara hasta la cocina.
Lo primero que pensé el viernes con tristeza fue precisamente esto: otro gigante español que empieza a caer en manos extranjeras; el espectacular proyecto de Marisa Camacho y sus socios abocado a seguir su camino en manos de otros.
Supongo que todo se ve más fácil desde la barrera y que es preciso ponerse las gafas del encarnizado mercado del e-commerce. Supongo, hay que reconocerlo, que todo creador quiere siempre lo mejor para su creación.
Ojalá la de Tipsa sea la mejor decisión.