En unas pocas semanas se cumplirá el primer año de la inclusión del sector del transporte marítimo en el sistema ETS, que hace que las navieras con buques de más de 5.000 GT deban adquirir permisos para compensar las emisiones de sus buques en ciertos trayectos.
Durante este año se ha gravado el 40% de las emisiones, cantidad que será del 70% en el año 2025 y del 100% a partir del año 2026, con lo que el ETS sigue y seguirá acaparando noticias y titulares. Quiero compartir en estas líneas tres aspectos que giran alrededor de esta delicada cuestión.
Lo primero y más importante debería ser que el compromiso para combatir el cambio climático debe mantenerse y quedar fuera de las trifulcas políticas. No es aceptable que por tacticismo y estrategia política, se retrasen o directamente se cancelen decisiones que mantengan viva esta lucha. Los efectos de la degradación medioambiental nos afectan a todos nosotros, temperaturas extremas, incendios devastadores, lluvias intensas y sequías severas, son algunas de sus manifestaciones y se producen con una frecuencia e intensidad nunca antes vista.
Podremos discutir de las armas o estrategias para combatir estos fenómenos, pero no de su necesidad o conveniencia. Y el transporte marítimo supone entre el 3% y 4% de las emisiones totales en el mundo, porcentaje que sigue creciendo año a año. Por tanto nos toca corresponsabilizarnos de sus efectos.
Las grandes navieras ingresarían mas por el recargo del ETS a sus clientes que los costes que deben pagar a las autoridades europeas
Si hablamos del impacto del ETS en los puertos europeos, el año 2024 ha sido muy complicado a nivel geopolítico y además la situación excepcional del tránsito de buques en el mar Rojo hace imposible o muy difícil evaluar el impacto de los posibles cambios de rutas de las navieras para pagar menos derechos. Un estudio de Transport & Environment reflejaba que las grandes navieras ingresaban mas por la repercusión del recargo ETS a sus clientes, que los costes que debían pagar a las autoridades europeas, con lo que en buena norma para ellas no debería ser una razón para replantear o rediseñar sus itinerarios. Pero si así fuera, el aparato legislativo europeo deberá reevaluar los importes, exenciones, bonificaciones y método de cálculo a aplicar a las navieras.
Los cargadores están en su derecho de exigir transparencia en las facturas de los servicios que contratan, si bien mencionemos que el recargo ETS es enormemente inferior al recargo de combustible (sobre el que tampoco hay una gran transparencia). Y sin intención ninguna de polemizar, el impacto del transporte marítimo tiene una incidencia mínima en el escandallo final de costes, por lo que la aplicación de este nuevo gasto medioambiental no debería ser relevante.
Y deberíamos hablar de si con decisiones como ésta, nuestra vieja Europa pierde competitividad frente a otros países o bloques. Por supuesto que tenemos problemas graves como la bajísima tasa de natalidad y el envejecimiento de la sociedad, las dificultades en la gestión e integración de la inmigración, y el coste que pagamos en mantener nuestra sociedad del bienestar. No sé si estos problemas son más graves o irresolubles que tantos otros que hay en el mundo. Pero creo que una de las enseñas de nuestro viejo continente debe ser la lucha sin cuartel contra el cambio climático. Discutiremos de cómo hacerlo, de qué medidas son más o menos eficientes, pero en este nuevo tablero de la geopolítica mundial este debe ser nuestro hecho diferencial. Somos un gran mercado, apetecible y apetecido por el resto del mundo, y aún tenemos mucho que decir y mucho que decidir.