Nos gusta creer que en los grandes logros ajenos hay grandes trampas, grandes misterios. Al igual que optamos por apostar por que hay otros mundos, otras vidas, otras realidades, con tal de justificar nuestra vida, nuestro mundo, nuestra realidad, nuestro fracaso. Lo cierto es que grandes magnitudes, grandes organizaciones, grandes personajes pueden estar basados en eso de la honestidad, al igual que no todos los que presumen de eso mismo están libres de pecado. Cada día hay mil pruebas del segundo caso en los medios de comunicación. Todos tenemos en mente algún ejemplo de gigantes con pies de barro. Las instituciones, los políticos y todo aquello que es algo gracias a la confianza ajena depositada en ellos, han de mostrar una honestidad multiplicada, repeler la mentira como el agua al aceite, sencillamente porque todo su exitoso existir se basa en eso, en la confianza que se deposita en ellos. En estos tiempos ya no podemos hablar de que a todos hay que exigirles ser intachables. La realizad no nos permite ubicar ahí el listón. Ya no. Pero sería igualmente erróneo considerar que todo está perdido y podrido. Tan verdad es que el presente apesta a base de corrupción y falsedad como que, todavía y siempre, puede ser que se consigan metas a base de reconquistar día a día la confianza de los socios, de los votantes, de los amigos. Confiar de nuevo unos en otros, sindicatos en patronales, empleados en jefes, clientes en proveedores, amigos en amigos, sería la forma más rápida y directa de afrontar con éxito la mejor época posible del sector, del país, de cualquier aspecto de nuestra existencia. No está en nuestra mano el establecer la honestidad recíproca. Pero sí valorarla como merece, como una herramienta rotunda para conseguir cualquier meta que nos propongamos y mantenerla en el tiempo. El riesgo de nuestros días es que el hecho de ver caer a los referentes de rectitud y honradez nos lleve a pensar en que todos son iguales y que el que no chora... es imbécil. Ante lo que estamos viviendo, lo que apetece es dejar de caminar recto y entregarse al lado oscuro como parece que ha hecho toda España, salvo cuatro "pringaos". O eso o acercarse hacia la luz, hacia trabajar con quien no te engaña, hacer negocios con quien no te falla, tomar café con quien no te miente, comer con quien, piense como tú o no, siempre te sumará si te dice lo que piensa, aunque no piense lo que dice. Se pueden hacer cosas importantes, siempre que nos rodeemos de gente tan importante como para ser sólo una persona, una verdad y no tantas como mentiras pueda haber. No es fácil compartir el tiempo y el espacio con quien no piensa como tú. Cansa siempre, e irrita a veces, aunque... alimenta. Invertir ese tiempo en quien, después de decírtelo, no sabes cómo piensa, es mil veces más agotador y al final no sabes con quién o con qué has estado compartiendo vida. Construir sobre arenas movedizas es mucho más productivo y hunde menos.