Qué pena -pensé- que no seamos capaces de gozar este caudal de progreso, cuidarlo, fomentarlo, celebrarlo. Aunque las estrategias de unos y otros, sumadas a una anestesiante dosis de fiestas extra, nos dejen la sensación de que el tema de la estiba está ya poco menos que solucionado, mucho me temo que no sea así. No se engañen, nuestros políticos, por mucho que valgan, que igual sí, no van a ser capaces de hacer un buen cenicero pese a las toneladas de arcilla de primera calidad que tienen en sus manos. Llegarán las elecciones, habrá cambios, o no, y puede que todo siga igual. Ni siquiera Europa nos puede garantizar nada. Ya ha habido otras ocasiones, no lo olvidemos, en que Europa ha tratado de mejorar el panorama portuario, nos ha dejado un buen reguero de conflictos laborales y ningún avance, ninguna solución. Para calibrar lo que se debe esperar de nuestro sistema portuario hay que esperar a la noche y mirar las cosas con perspectiva. Si nos alejamos un poco de los muelles, unos kilómetros, hacia arriba, veremos, de noche, todo. Los puntos de luz reflejan fidedignamente los focos de población cercanos a los puertos, y con eso podemos medir lo mucho que se les puede pedir a nuestros grandes enclaves portuarios. La posición geoestratégica de los principales puertos españoles nos hace aspirar a mover en nuestros muelles todo lo que nos dé la gana, ni más ni menos. Es cierto que hay que tocar la estiba, como hay que tocar todos los elementos que intervienen en una empresa, constantemente, aunque sea para dejarlos como estaban. Siempre hay que estar dispuestos al cambio, al movimiento. A las empresas siempre se les podría pedir más y mejor maquinaria, comercialización, software y hardware, dirección por objetivos, comunicación con el cliente y con el utilizador, unidad total entre ellos para pelear por mejores conexiones, leyes, inversiones públicas, etc. A las instituciones hay que exigirles que establezcan un marco legal adecuado y que arbitren de cerca pero sin molestar al juego. Si quieren, podemos hablar de los estibadores. Deberían acceder, por ejemplo, a incrementar la disciplina global, a establecer distintos salarios según se muevan contenedores en tránsito o de importación y exportación, llenos o vacíos, en tierra o en el barco. Todos, empresas y portuarios, deberían estar dispuestos a ser flexibles en sus salarios y en sus beneficios, en función del bien de todos. Ser flexibles no sólo hacia abajo, sino también hacia arriba. Aunque, por ejemplo, todos cobraran menos por el transbordo, se podría ganar más si se repercutiera justamente el incremento de la productividad y el consiguiente crecimiento de los tráficos. Poner todas las partes todo lo que esté en su mano para ser más competitivos ha de tener compensación concreta, ya que, si se hacen las cosas un poco mejor, el techo de productividad y rentabilidad está especialmente alto. Así, no haría falta estar pendientes de Madrid o de Luxemburgo, máxime cuando hay tantas luces encendidas alrededor de nuestros puertos y de su futuro. Verlo es sólo cuestión de perspectiva.