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Querido Hobbes

  • Última actualización
    29 septiembre 2018 02:09

Querido Thomas Hobbes of Malmesbury:

Siempre estará usted presente en mi memoria porque fue protagonista indiscutible de mi examen de Filosofía de Selectividad, allá por 1994, y porque dejó una frase célebre para la posteridad que hoy los más snobs llamarían eslogan, de culto para ser más exactos. “El hombre es un lobo para el hombre”, dijo usted, se nos antoja que con voz grave, aunque casi 400 años después eso es lo de menos.El caso es que, como dicen, usted “nos caló bien”, sí, a los seres humanos, y eso que por su época, si bien había dentelladas, las bases del capitalismo todavía no estaban claras. Tampoco las del transporte de mercancías por carretera, el de camiones, no el de carros, y aún así también dio usted con la frase exacta.Yo, sin ánimo de blasfemar ni quitarle fondo a su sentencia, me permitiría acotarla con un giro popular muy ligado a la evolución de los tiempos. Yo diría que “el hombre es un lobo con piel de cordero para el hombre”. ¿Qué le parece? ¿Muy retorcido? No crea. No es invento mío y, en todo caso, ¿no le he dicho que estoy hablando de transporte por carretera? ¿Que qué van a pensar? Ya lo saben.Al capitalismo, (no me pida querido Thomas que le explique ahora en qué consiste, por favor), le encontraron ya hace muchos años un padre, de tal forma que pudieron ponerle apellido, “Salvaje”, de los Salvajes de toda la vida, lo que permitió emparentarle con su prima, Miss Liberalización, también de la rama de los Salvajes.Como quiera que resulta que nuestra herencia ética nos invita por la senda del espíritu civilizado, siempre ha existido el temor de que en el Reino de los Salvajes el espíritu lobuno llevara al exterminio a la raza humana, de ahí que surgieran los partidarios del Profeta Intervencionismo, un trasunto que no sabemos si es por trazas genéticas o por adopción pero también emparenta con los Salvajes. Por cierto, Intervencionismo tanto legal por parte de madre, como ilegal por parte de padre. Todo es mangonear sin piedad.La generación perdida de este intrincado concubinato es tan frustrante como esperanzadora: ni ha llegado ni llegará el fin del mundo, ahora bien, si no nos gustaban los lobos, toma dos tazas, y todos Salvajes, de pura cepa. ¿Un ejemplo? Ya le he dicho querido Thomas que estoy hablando de transporte por carretera, sí, con camiones.La foto fija es la de una raza debilitada, estigmatizada por ese pecado capital de la “Atomización” donde todos los intervinientes de la cadena buscan medrar, bien devorando al más débil, bien creando cárteles, chiringuitos y otras violaciones de la leal competencia como medida de autoprotección. Contra el capitalismo salvaje, intervencionismo salvaje.Todos son responsables: los cargadores por lo indigno de su cínico abuso; y los transportistas porque me extraña, querido Thomas, que no pensara usted en ellos cuando formuló su famosa sentencia, un colectivo desesperado, acuciado por el hambre y empujado al precipicio diario de una batalla despiadada.Al final pierde el país, pierde la competitividad de la economía, pierden aquellos operadores que siguen creyendo en el respeto de los principios básicos y, sobre todo, pierden los ciudadanos, esos silenciosos sufridores a los que no defiende ni siquiera la Administración, paradigmático Pilatos en la batalla entre cargadores y transportistas; torpe Salomón en la violación de las leyes de la competencia; y egoísta Nerón quemando el país con las constantes violaciones de la unidad de mercado.Querido Thomas, cuánta razón tenía. Sinceramente suyo...