Me niego a explicar otra vez lo que es y lo que va a significar el ETS, ese tiro en el pie que nos hemos dado de forma voluntaria y que ya nos ha condenado a abrir una larga etapa de llantos y lamentos ante las numerosas y cuantiosas pérdidas que va a soportar el sistema portuario español.
Simplemente vaticino que la sangría provocada por el sistema de comercio de emisiones en el transporte marítimo no ha hecho más que empezar para todos y taponar esa vía va a requerir esfuerzos e implicaciones que, a día de hoy, se antojan especialmente complicados... más todavía cuando hablamos de gestiones de primer nivel gubernamental.
Mientras tanto, no nos queda mucha más opción que seguir analizando cómo ganar la batalla de la eficiencia incrementando la variable del coste. ¿Inviable? Difícil e improbable, pero quizás no sea imposible.
Más allá de tratar de cambiar los flujos de transporte que genera el comercio mundial, que va a ser que no es fácil, tengo la certeza de que a través del conocimiento y la innovación se pueden llegar a conseguir hitos que ahora mismo consideramos inalcanzables. Apostar por la tecnología, convertirla en herramienta al servicio del progreso e invertir en multiplicar la materia gris existente en nuestro sector, parecen buenos consejos en el medio y largo plazo. Aquí no sirven las urgencias.
La tríada virtuosa: una combinación indisoluble de conocimiento, tecnología y unión
Pero además de cualquier implementación física, deberíamos pensar que existe un instrumento mucho más poderoso que cualquier otro. Efectivamente, el corporativismo debería ser otra arma que, bien utilizada, podría ponerse de nuestro lado. No sólo hablamos de movimientos asociativos, sino de la unión inequívoca y contundente de todos los colectivos profesionales implicados, organizaciones de todo tipo y corporaciones empresariales de cualquier tamaño y condición.
Sin ir más lejos, ese “todos a una” sin fisuras ha funcionado históricamente cuando los estibadores españoles han entonado su ya mítico claim “ni un paso atrás”. Y no sólo ha funcionado, sino que además ha conseguido logros que, vistos desde fuera del sector, se antojaban como especialmente increíbles.
Por este mismo motivo, más allá de desgastarnos en lloros, manifestaciones públicas, explicaciones de lo que ya ha pasado (y va a pasar) en densas jornadas, simposios, mesas redondas y derivados, creo que la evolución pasa por lo que he denominado la tríada virtuosa: una combinación indisoluble de conocimiento, tecnología y unión.
Pero esto no es automático. Conseguir que ese mix llegue a funcionar no sólo requiere tiempo, inversión y concienciación, sino que además es absolutamente necesario que exista la implicación a tiempo completo de quien decida abanderar la iniciativa.
Tanto por el sector en el que nos movemos, como por su dependencia organizativa y alcance global, parece evidente que Puertos del Estado podría jugar ese rol fundamental. Me consta que el organismo, con su presidente Álvaro Rodríguez a la cabeza, está dedicando recursos en este sentido y actuando ya en los foros que tiene asignados para ello, pero puede ser que no sea suficiente.
Si queremos que Puertos del Estado sea la punta de lanza, es absolutamente necesario que todos los demás, todos, seamos el asta que la sostiene, con todo lo que eso conlleva e implica.
Sólo así puede que tengamos alguna posibilidad.