Vaya por delante que hoy no va a ser el día en el que haga méritos para lograr la Legión de Honor y que muy probablemente este artículo será dentro de unos años desempolvado con delectación para impedir que el día que obtenga el Premio Nobel de Literatura pueda ser agasajado -seguro que con merecimiento- por el presidente de la República de Francia.
Imagino que para entonces me resultará suficiente con que el Rey de España, si es que sigue existiendo rey o reina en España, me otorgue, como es usual, un marquesado, en cuyo nombre no me vendría mal ir pensando, que no es tan sencillo. Sin ir más lejos, como hemos comentado en alguna que otra ocasión, ya saben que está cogido el de marqués del Real Transporte y vizconde del Buen Viaje, otorgado en 1754 a Gutierre de Hevia y Valdés, el teniente general de la Armada que trajo a España desde Nápoles a Carlos Sebastián de Borbón y Farnesio para reinar como Carlos III.
Los Gobiernos no muestran la más mínima vergüenza por esta humillación inadmisible
En fin, que todo llegará, pero mientras tanto sorbamos el néctar del presente como si no hubiera mañana y hagamos una reflexión seria con perspectiva logística sobre esta hermandad hispano-francesa o franco-española forjada a través de los siglos y que en este siglo XXI es presidida por una exquisitez y una diplomacia que no sólo nos consagran como inmaculados y modélicos aliados sino que, por si fuera poco, diluyen los defectos, por muy dañinos que sean, que se asumen con dosis tan altas de resignación que vivimos confortables en la renuncia, al menos en esta España que habitamos y con respecto a una Francia que nos trata, siempre, con notoria displicencia.
Sobre todo porque, desde el punto de vista de las infraestructuras y de la logística, Francia no es ese país que nos conecta a Europa, no es esa alfombra roja extendida camino de la competitividad de nuestras exportaciones e importaciones, sino que Francia es ese país que de manera sutil pero permanente se configura como un contrafuerte adosado a ese muro pirenaico que ve discutidos permanentemente sus retos de permeabilidad.
La España periférica es, por culpa de Francia, todavía más periférica, de la mano de esa fórmula tan francesa de mirar para otro lado y que nosotros hemos convertido en un eufemismo de dos palabras: voluntad política.
Y es que todas nuestras demandas y anhelos en cuanto a la conectividad terrestre e incluso marítima a lo largo de las últimas décadas mueren siempre en la “falta de voluntad política” del Gobierno francés, que dilata los proyectos, bloquea la interconectividad y nos sigue dejando huérfanos, como decimos, de permeabilidad.
Además, no es sólo una cuestión física, con ejemplos como esa Travesía Central cuyo carácter irrealizable, sí, irrealizable, lo es en esencia por la negativa francesa de poner un sólo duro para hacer proseguir las vías a partir de la frontera.
También es una cuestión social, como hemos visto en los últimos años con las huelgas francesas en el ferrocarril, que durante largos periodos han aislado continental y ferroviariamente a España; y con las huelgas de los agricultores, cíclicas en el tiempo y que utilizan siempre la misma arma: bloquear los camiones españoles, despojarlos de sus cargas y, ahora, además, directamente prenderles fuego, ante la pasividad de la Gendarmería y esa resignación española que antes citábamos, tan desconcertante como indigna.
Al final, que los agricultores franceses vapuleen físicamente a los transportistas españoles es un daño colateral de la lucha social que se asume con naturalidad, sin que ninguno de los Gobiernos muestre la más mínima vergüenza por lo que es una humillación inadmisible. Y aquí no pasa nada, somos todos europeos... aunque ellos siguen en el centro y nosotros en la periferia.