Desde el pasado martes, les reconozco que cada vez que salía al balcón de mi casa a ver la calle me asaltaba un cierto sentimiento que no sabría identificar muy bien. Mirando a la izquierda, puedo ver parte de la Ronda Norte, con sus carriles y parte de la huerta de todas las localidades de l’Horta Nord. Volviendo la vista hacia la derecha, veo la avenida que se adentra en la ciudad. Y en medio, gente que camina, coches circulando y un clima relativamente bueno para la época del año en la que estamos. Esta podría ser la estampa de la rutina, de que todo va bien, de que todo está donde debe estar, de que la vida fluye por sus canales habituales.
Pero esos canales se desbordaron el pasado martes. Y a simplemente unos pocos kilómetros de mi balcón, el agua, el lodo y la destrucción se abrieron camino de una manera impredecible cuyas consecuencias ustedes conocen desde el primer momento. En este Diario nos hemos propuesto contar de manera rigurosa y profesional lo que está pasando y, sobre todo, cómo ha afectado esta puñetera DANA a la actividad logística. Así creo que lo estamos haciendo, como sólo sabemos hacerlo aquí, con datos e información precisa y contrastada.
Como si de una pesadilla se tratara, las imágenes de toda la zona sur del área metropolitana de Valencia vuelven una y otra vez a las televisiones, de las que no nos podemos despegar, aunque queramos y lo necesitemos, porque esperamos que entre tanta tristeza haya algo que nos aliente y nos dé esperanza. Ese aliento y esperanza llega en forma de voluntarios que dedican su tiempo libre a luchar contra ese barro eterno y ese amasijo de hierro y cristal que forman los coches y camiones amontonados como papel; llega en forma de donaciones de todo tipo por parte de gente que aún no teniendo nada lo da igualmente; llega en forma de empresas que ceden sus recursos para hacer llegar esa ayuda a las zonas más afectadas.