Se nos llena la boca con asiduidad de indignación para calificar de interesados y aprovechados a todos aquellos que medran para no bajarse del coche oficial, pero este humilde suricata sigue teniendo cada día más claro que la Administración es una profesión de riesgo por la responsabilidad que se asume, por la escrupulosidad que se exige y porque el mínimo fallo puede provocar consecuencias desastrosas en la ciudadanía o perjuicios que, aunque sean menores, terminan en los tribunales con, como mínimo, el cuestionamiento de la honestidad y la “pena de telediario”.
En este contexto, sin ir más lejos, aplaudimos la paranormalidad sísmica de que el Gobierno de Murcia haya reconocido por fin dos años después a Pedro Pablo Hernández como presidente de la AP de Cartagena, pues ya es el colmo asumir el borde del precipicio y que te dejen sine die sin red. Por la misma razón, uno muestra cierto desconcierto ante determinados candidatos a altos cargos portuarios, precisamente cuando en épocas pasadas ha transitado tan de cerca la hiel de las denuncias indiscriminadas. En cualquier caso, estemos ante héroes, suicidas o inconscientes, no está de más otorgar, de partida, un poco de respeto y agradecimiento, aunque vivamos tiempos de indignación desaforada. Yo no lo haría mejor... ni quiero.