En el cementerio de Majadahonda (Madrid), en un discreto nicho de mármol blanco yace la escritora María Teresa León bajo el epitafio “Esta mañana, amor, tenemos veinte años”.
Este bellísimo verso es de Rafael Alberti, con quien León estuvo casada durante 58 años y a quien el poeta de El Puerto de Santa María abandonó de facto al final de sus días después de que la escritora comenzara a apagarse por culpa del Alzheimer.
En el transcurso de la enfermedad prefirió Alberti refugiarse, como cantara Joan Manuel Serrat, en la “sombra fresca” de María Asunción Mateo, con apenas 35 años y tan parecida físicamente a María Teresa León que si el poeta empañó de aquella manera una historia de amor tan hermosa bien pudo ser, entre otras razones y debilidades, por la frustración de tener que ver a su mujer morir en vida.
Tiene María Teresa León entre las principales valedoras de su legado literario a su hija, Aitana Alberti León. Ella, que recibió su nombre de la sierra alicantina porque fue lo último que vieron de España Rafael y María Teresa embarcados rumbo al exilio de Roma al término de la Guerra Civil, se ha volcado en estos años en reivindicar la obra de su madre, enmarcada en ese conjunto de grandes escritoras coetáneas de la Generación del 27 que ni tuvieron en aquella época las mismas oportunidades, ni tuvieron la misma difusión, ni tuvieron posteriormente la atención de quienes determinaron qué merecía y qué no merecía pasar a la historia de nuestra literatura.
Narra León una huelga en el Puerto de Sevilla
María Lejárraga, María Teresa León o Luisa Carnés son sólo algunos ejemplos de escritoras que deben ser revisitadas desde, primero de todo, las antípodas de esta exasperante militancia que todo lo confunde y distorsiona y, sobre todo, con esa perspectiva que algunos no tuvieron para ir por ahí hace apenas unos años regalando alegremente en Madrid nombres de estaciones ferroviarias. En fin, qué pobre contrapunto tiene en la capital Clara Campoamor. Por cierto, resulta irónico haber llevado el artículo sin querer hasta estos derroteros, toda vez que Luis García Montero, poeta que fuera el último marido de Almudena Grandes, fue y es a su vez el gran enemigo de María Asunción Mateo, con quien terminó casándose Alberti en 1990. Historias de la flora y fauna literaria patria.
Pero volvamos a María Teresa León, volvamos a su obra y a una breve a la par que deliciosa pieza teatral titulada “Huelga en el puerto”, que escribió en 1933 y que contiene tantas claves y sobre todo muestra y demuestra tanta conciencia sobre el peso estratégico de un puerto y de la logística que evidencia no sólo el valor literario de esta realidad económica y social, sino sobre todo cuánto se pierde cuando estas obras y sus voces quedan olvidadas.
En una España convulsionada por la lucha de clases y por una polarización tan extrema en los valores y los principios, “Huelga en el puerto” narra de forma tan telegráfica como certera el estallido de una huelga de estibadores en el Puerto de Sevilla y, lo más importante, sus implicaciones.
La clave no es la crisis de derechos que sufren los portuarios ni siquiera el valor paradigmático de su situación. El puerto es la mecha sabiamente seleccionada para mostrar, en primer lugar, su papel estratégico en el funcionamiento del entramado económico de la época; su intervención decisiva en el éxito y fracaso de tantas industrias de entonces tan intensivas o más en la utilización de mano de obra; y su potencia de deflagración para a partir de las enormes consecuencias de la paralización portuaria, suscitar un efecto contagio a todo el país hasta desembocar en la “huelga general”, fin y tesis de la obra.
Supongo que mucho de esto les sonará a César Ramos y a Antolín Goya, aunque tenemos hoy los puertos tan calmos que ya ni lo apreciamos. No está de más recordarlo. ¡Feliz verano!