El modelo no tiene nada de nuevo, y mucho menos en el sector logístico. Quizás se sorprenderían al descubrir hasta dónde alcanzan las redes mercantiles de muchos operadores que no solo controlan el negocio transitario, sino que además extienden su control hacia otros muchos ámbitos como pueden ser el del transporte terrestre, el depósito, la tramitación aduanera, la paquetería, la mensajería, la consultoría, el mercado inmologístico…
Los recelos que despiertan las navieras en su proceso de integración vertical tienen más que ver con la dimensión. Efectivamente, no es lo mismo que la transitaria de al lado decida extender sus brazos un poco más allá, que un monstruo mercantil de dimensiones internacionales se decida a hacerte la competencia, a ti y a todos los que tienes alrededor.
Una de las reacciones más comunes ante este tipo de movimientos es la de taparse los ojos con la venda de la indolencia. Pensar que vas a ser capaz de aportar algo diferente por tu cara bonita, porque tienes un tamaño que te permite interactuar directamente con el cliente, cara a cara, y que puedes ofrecer un servicio adaptado a las necesidades de tu interlocutor porque además has trabajado con él durante años… es simplemente no querer ver la realidad.
Un amigo estibador, del que no diré su nombre por prudencia básica y elemental, me ha comentado en alguna ocasión que la automatización de las terminales hay que entenderla como una oportunidad. Encaminados como estamos a afrontar un futuro necesariamente marcado por esta tendencia y la eliminación de determinados puestos de trabajo, se abre la ventana de reciclar a los profesionales de la estiba para que puedan asumir otras responsabilidades vinculadas directamente con la operativa que quizás no están en la riba, pero sí unos metros más allá, detrás de una pantalla.
La integración vertical de las navieras, por lo menos hasta que cambie la tendencia (preguntar otra vez por Juan Roig), también hay que entenderla como una oportunidad. Sinceramente, no sé cuál es la fórmula mágica, pero parece evidente que no pasa por el “me quedo como estoy”.
Durante décadas hemos alardeado del dinamismo de nuestro sector, de su capacidad para adaptarse a los cambios y de la apertura de mente de muchos de sus profesionales. Puede que el primer paso esté en pensar que existe la necesidad de hacer algo; en segundo lugar hay que rodearse de profesionales que tengan muy claro cuál es la tendencia del mercado y dónde están las oportunidades y, finalmente, hay que fiarse de ellos y dejarse aconsejar. Siempre será mejor equivocarse por tratar de emprender algo que meter la pata por haber permanecido agazapado a verlas venir.
Lo que tenga que pasar en el futuro ya se está escribiendo, así que les animo a que no pierdan un tren al que muchos ya se han subido y puede que vuelva a pasar.