Tiro de este hilo porque el otro día caí en la cuenta de que, en este afán pedante y mostrenco del periodismo, las etapas del Tour o de la Vuelta hace tiempo que están dejando de terminar al “sprint” para ahora producirse al ritmo de “volata”, lo cual tiene narices porque llevamos un siglo siendo incapaces de encontrar una palabra en castellano para este tipo de llegadas y al final no nos va quedando más remedio que buscar en el italiano, lo cual, bien es cierto, es como recurrir a un hermano, es decir, algo natural, tal vez de ahí el éxito de todo lo que nos viene de nuestro vecino mediterráneo.
Si quieren nos detenemos en la obviedad de lo culinario, donde la pasta, la pizza o los helados son el pleistoceno de todo lo adoptado, pues en la posmodernidad seguimos incorporando fenómenos como el panettone, tan mullido frente a nuestros pétreos polvorones, o el lambrusco, ya imbatible frente a nuestro patrio “Peñascales”.
Lo curioso es que los auténticos italianos reniegan de esta italianización al mismo ritmo que del arroz con cosas los valencianos, pues a su juicio todo viene derivando en perversión y crimen de lesa humanidad.
Partiendo de la base de que boloñesa hoy ya se escribe con Ñ de España y es sinónimo de Orlando y carne picada, ni la carbonara se sirve en Italia inundada con nata, ni el risotto puede utilizarse para enfoscar paredes por mucho que discutamos qué es lo “cremoso”.
Y tienen mucha razón nuestros vecinos mediterráneos, pero es que en el fondo nadie tenemos ganas de que nos aburran con el sermón de, por ejemplo, las diferencias entre mozzarella y burrata, queso al fin y al cabo cuando se trata de que los niños cenen rápido y se vayan a la cama todos esos días (¿la mayoría?) en que buscas algo fácil cuando no tienes ganas de nada, es decir, algo, reconozcámoslo, pseudoitaliano.
Ay los niños, tan chaqueteros, que llevan un año infectando la capital con la camiseta blanquinegra de la Juventus y el 7 de Cristiano, otra italianización y otra perversión, pues lo que importa ya no es el equipo, sino el individuo.
Y en estas estábamos cuando, abonados a los macarrones, a la piña con jamón de York, al vino con gas y a la Vecchia Signora y su goleador, nos ha dado por empezar a gobernarnos también a la italiana, es decir, a olvidarnos de mayorías monocolor y de gobiernos prometidos y jurados sobre biblias y constituciones por al menos cuatro años, para llenar los parlamentos de grupos y grupúsculos que se acoyuntan o se repelen con igual e histérica fruición para parir elecciones como gremlins en remojo sin más dioses que la “incertidumbre” y el “en funciones”.
Lo fascinante es que aquí también cultivamos la perversión y, mientras que siempre se nos dijo aquello de “mira los italianos... y pese a todo funcionan”, aquí ni eso porque muchos han encontrado la excusa de la “paralización”.
Ahora bien, estamos ante una gran oportunidad sobre todo en ámbitos de políticas de Estado y fácil consenso como Fomento. Tanto en infraestructuras como en políticas de transporte hay tantos campos de acuerdo, y con recetas tan básicas como necesarias, que estos momentos se antojan idóneos para seguir laborando sin miedo al partidismo ni al fundamentalismo. Adif u OPPE están siendo buenos ejemplos.