Desde la edición de 1870, cuando Estados Unidos tuvo que defender la Copa del América, la competición no salió del nuevo continente, hasta 1983, y no volvió a Europa hasta 2007. Yo no sé si en Estados Unidos, Australia o Nueva Zelanda arrastró tanta polémica como la que ha generado cuando se ha celebrado en España.
Aquí, primero en Valencia en 2007 y en 2010 (en formato reducido), y este año en Barcelona, se han desatado todo tipo de tormentas alrededor de un evento que, como ocurre en tantas otras cosas, ya no sabemos si queremos que venga o que se vaya.
En Valencia, en 2007, se pujó al máximo para que el evento se decantara por la ciudad del Turia. En 2010 se repitió la competición en aguas valencianas, pero con solo dos equipos. Cuando hubo ocasión de volver a llevarla a cabo en Valencia, se rechazó el proyecto porque en esos momentos, según las autoridades, “no estamos en eso”. Clamor en Valencia, máxime cuando se confirmó que la competición se iba a la vecina Barcelona. Lo peor que podía pasar (terror en el hipermercado, horror en el ultramarinos, que diría Alaska). Los nuevos gobernantes de Valencia clamaron al cielo ante la pérdida del mega evento.
En Barcelona se ha llevado a cabo la America´s Cup con excelente organización y total cariño. Sobre todo en lo mucho que le toca a la Autoridad Portuaria de Barcelona. Gran trabajo. Pero... allí tampoco están todos contentos. No quieren repetir.
El problema es el de siempre: no se miden las cosas adecuadamente, no hay datos, y los pocos que pueda haber son interpretados por unos y por otros de la forma que a cada cual le viene en gana.
Ya no sabemos si la Copa del América es un premio o un castigo. Si aporta soluciones o trae más problemas que un cuaderno Rubio
Sea como sea, esa, al parecer, inmedible realidad, habrá quienes se dediquen a odiar la Copa, a crear pancartas atacándola y a montar manifestaciones en contra con tanta pasión como si fueran mineros luchando por su puesto de trabajo. Un evento que en su momento fue una especie de culminación de un sueño (estoy viendo la imagen de Rita Barberá, entonces alcaldesa de Valencia y de Rafael del Moral, entonces presidente de la APV, saltando como locos al conocerse que Valencia sería la sede del evento), hoy ya no sabemos si es un premio o un castigo. Si aporta soluciones o trae más problemas que un cuaderno Rubio. De momento, Barcelona dice que ya no la quiere. Veremos qué dicen otros.
Tras haber vivido tres eventos de esta competición, puedo concluir que sería más que conveniente que existiera una medición neutral y certera (y no me digan que no se puede) del retorno de inversiones de esta envergadura. Así podríamos separar el dato de la opinión. Que todos puedan opinar pero que nadie pueda mentir. Que los haters lo tengan algo más difícil para dar rienda suelta a su demagogia barata.
Mientras no tengamos datos que puedan matar a tanto relato sin fundamento, solo nos queda la opinión de cada cual.
La mía es que lo más palpable del paso de la Copa por esta o aquella ciudad es que se activan proyectos, estructuras e infraestructuras. Esto es bueno en cuanto a que, tras la Copa, quedan en la ciudad determinadas mejoras, concretos lavados de cara. Lo malo es que algunas de las estructuras que nos venden como efímeras, se quedan para siempre, convirtiéndose, en algunos casos, en rotundos atentados contra lo más sagrado de las ciudades costeras: la visión del mar.
Mientras no midamos bien el retorno de la mega inversión, seguiremos generando conflicto.