Al menos para el que escribe este primer Punto de Fuga del mes de septiembre, las vacaciones de verano ya son historia. Muchos de ustedes habrán optado por el mar y la playa, otros por paisajes más montañosos, incluso habrá alguno que haya decidido subirse a un crucero, o rizando el rizo, por varias de estos escenarios. En la mochila de las experiencias vitales quedan la lectura de ese libro que durante el resto del año tenemos abandonado por falta de tiempo, las sobremesas con familiares a los que no vemos durante meses, las caminatas tranquilas, los horarios descuadrados, y algún que otro exceso culinario.
Como en los últimos veranos, en casa hemos vuelto a apostar por ese pequeño pueblo de Guadalajara, pegado a la provincia de Teruel, ubicado en la que muchos llaman la Siberia española, en esa España vaciada que se llena en verano y que, les reconozco, se ha convertido en una cita obligada, y digo obligada no por ser una imposición, sino por ser una necesidad: necesidad de desconectar de todo durante unos días, necesidad de proporcionar a tus hijos una libertad de la que no disfrutan el resto del año, necesidad de reencontrarse con amigos, necesidad de disfrutar del silencio, necesidad de sentarse a la puerta de casa y hablar de todo y nada con cualquiera...
Valencia y Setiles quedan separados por unas dos horas de viaje en coche, donde la práctica totalidad discurre por la Autovía Mudéjar. Aún recuerdo mis primeras escapadas al pueblo, cuando parecía que las obras para finalizar la A-23 serían eternas y había que cruzar los dedos para no acabar detrás de un camión en los tramos de carretera nacional. Los distintos gobiernos se lo tomaron con calma con esta infraestructura. Sin embargo, la celebración de la Exposición Internacional de Zaragoza de 2008 obligó a los gobernantes de entonces a ponerse las pilas. ¿Se imaginan qué imagen hubiera dado España con la autovía no finalizada entre dos de sus ciudades más importantes?