El cuadro lleva por título “Puente de Langlois con lavanderas” y anduve un buen rato tratando de distinguir si Van Gogh se había molestado en reflejar el nombre de la terminal sobre las plumas de tan fantásticas superpostpanamax de inconfundible color amarillo.Obviamente, pronto mi friquismo logístico fue severamente derrotado por la evidencia de constatar que Van Gogh no fue ni de lejos contemporáneo de Malcom MacLean y que Arlés no tiene puerto de mar, es decir, lo que yo creía dos grúas portacontenedores no eran otra cosa que los brazos para abrir sendos tableros de un puente levadizo por el que transita un carromato, mientras en la orilla de un canal las mujeres lavan junto a una barca encallada. Es decir, nada de estibadores descargando la embarcación.En la actualidad, ese puente sigue existiendo y no lo duden que si Van Gogh hubiera sido un pintor realista servidor hubiera pasado de largo por delante de su cuadro, que hubiera reflejado una estructura gris y oxidada, tan anodina entre verdes riberas como inconfundible. No obstante, el trazo, las formas y el colorido postimpresionista de Van Gogh obran el milagro en el Puente de Langlois en Arlés y en sus lavanderas, con quien les habla como espectador. Doy fe.En el marco de este debate pictórico, leo y releo la enésima regulación de los centros portuarios de empleo que el Gobierno ha camuflado como enmienda en el “Proyecto de Ley de protección de los consumidores y usuarios frente a situaciones de vulnerabilidad social y económica” y no tengo muy claro si estamos ante una obra realista, impresionista, fauvista, futurista, abstracta, tenebrista o, si me apuran, naif.Lo que está claro es que el Gobierno pinta en la enmienda un cuadro en apariencia tan simple, tan vacuo, tan sutil, incluso tan insulso, que uno tiene la sensación de que no es posible semejante viaje para semejantes alforjas, máxime cuando, además, entre el primer borrador y la enmienda camuflada la única intervención es la de algún discípulo de Da Vinci esfumato en ristre.En primer lugar, varios milenios de historia portuaria más tarde, descubrimos que los pool de trabajadores no ya es que sean mútuas, que sería como pintar un perro con cara de perro, sino que son “empresas de propiedad conjunta de base mutualista”, es decir, entre el rococó y la abstracción o, para ser precisos, la sublimación del barroquismo geométrico.En segundo lugar, pasamos del imperativo al posibilismo, es decir, del “la negociación colectiva establecerá” al “la negociación colectiva podrá establecer”... o no, que es lo mismo que añadir en el tema de la formación lo de “en régimen de no exclusividad”, lo que supone que hay cosas que puedes hacer tú, que pueden hacer los otros y que no tienes por qué hacer ni tu ni los otros, o sea, parecería que da igual quién las hace y es lo mismo si se hacen.Pues bien, esto no es más que la primera impresión, eso sí, sin ser un cuadro impresionista, porque mientras Van Gogh convirtió un anodino puente gris en una explosión de color, en la enmienda camuflada (toda una declaración de intenciones) el Gobierno extiende, sobre lo que es un trascendente carga de profundidad, una clara neblina.Y todo porque la enmienda camuflada va a conseguir el milagro, dicen, de que la negociación colectiva en la estiba salga adelante tras cuatro años de reveses tanto en la CNMC y los tribunales. Es por eso que, al final, entre tantos “ismos” tal vez no quede más remedio que conformarnos con el de “pragmatismo”.