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Los acantilados de Dover

Los acantilados blancos de Dover han sido a lo largo de la historia la primera visión de Inglaterra para los viajeros que cruzaban en barco el angosto paso del Canal de la Mancha que separa la isla del continente europeo. Incluido para este servidor, quien aún conserva intacto el recuerdo del día en que lo hizo por primera vez un 2 de agosto del año 1990.

  • Última actualización
    28 enero 2019 13:31

Tras una larga noche de autobús, en ruta desde Bilbao a Londres, embarqué en Calais en un ferry de P&O para, ya a bordo, ser testigo a través de la televisión de la cafetería, de la invasión de Kuwait por parte de las tropas iraquíes de Sadam Hussein. Pero lo que realmente me emocionó en aquella travesía fue la visión sugestiva,  cautivadora, mágica, deslumbrante, de los blancos, blanquísimos acantilados de Dover que, coronados por  una alfombra de hierba verde, verdísima, reflejaban la luz del sol remarcando el azul celeste y el azul marino que los envolvían. 

Esos mismos blancos, blanquísimos acantilados de Dover fueron también la primera visión de la isla que tuvieron el emperador romano Julio César y sus dos legiones, la Legio VII y la Legio X, que viajaban, según las crónicas, en ochenta barcos de transporte y un número desconocido de navíos de guerra. En nuestros días, los blancos, blanquísimos acantilados de Dover siguen anunciando la llegada a Reino Unido a miles de turistas, viajeros y camioneros que siguen utilizando el barco como medio de transporte a pesar de que el Eurotunnel cumpla este año 25 años acercando por tren ambas orillas sin importar las adversas condiciones meteorológicas que a menudo sufre el Canal.

El caso es que, famoso por sus blancos, blanquísimos acantilados, Dover y su puerto, establecido en 1606 y actualmente el más activo de Europa en el tráfico de ferries y vital hub internacional para el movimiento de personas y mercancías, debiera estar viviendo ahora momentos de gran incertidumbre y zozobra.

Pero no hay Brexit que por bien no venga. La realidad es molesta y los británicos, pragmáticos. No hay flema más famosa que la británica y con todo merecimiento. Porque todo puede tener su lectura positiva. Sólo hay que darle la vuelta a la situación  y creérselo. Así, podríamos pensar que la salida del Reino Unido de la Unión Europea ha cambiado la visión que la ciudadanía tiene sobre el libre comercio, sobre el libre tránsito de personas y mercancías, sobre el transporte y la logística como actividades que favorecen el desarrollo económico y humano. Nunca como hasta ahora ha habido una mayor atención pública sobre el comercio y el movimiento de bienes. Y eso ya es algo a tener en cuenta. A veces, tienen que ocurrir circunstancias como el Brexit para caer en la cuenta de ello, para valorar en su justa medida una libertad que dábamos por hecha y segura, y que habrá que conquistar otra vez. 

Dover, su puerto  y sus blancos, blanquísimos acantilados, se han convertido también en símbolos del Brexit, del suicido europeo de la vieja Britannia. En una escena de El Rey Lear, de Shakespeare, Edgar conduce a su padre Gloucester, ciego, loco y con el deseo de suicidarse, hacia los acantilados de Dover. 

Y Rudyard Kipling finalizaba su poema “The Broken Men” de esta manera: 

How stands the old Lord Warden?

Are Dover’s cliffs still white?

¿Cómo está el Lord Guardián de nuestras costas? ¿Son blancos todavía los acantilados de Dover?