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Los puertos, nuestro espejo

  • Última actualización
    06 mayo 2024 17:35

Los puertos son un reflejo de las ciudades, de las regiones y los países en los que se insertan. Por lo general, nos ofrecen una visión bastante fiel de la actividad económica que se desarrolla tierra adentro. Incluso nos hablan del carácter de los hombres y mujeres que pueblan sus alrededores. Los puertos son espacios vivos, dinámicos, cambiantes... que nos interpelan buscando respuestas a sus inquietudes, que son también las nuestras.

Si a menudo se dice que los aeropuertos son la primera imagen que el viajero se lleva de un país nada poner pie en tierra, qué decir de los puertos, integrados de lleno en un entorno, frecuentemente urbano, con el que forman uno. Quien haya tenido la fortuna de haberse aproximado por primera vez a una ciudad o un país por mar, lo sabe bien. Esa primera imagen no se olvida. No importa cuál sea el puerto, ni el nombre de la ciudad o del país. Ni el mar o el océano que lo baña. Lo mismo da si es de amanecida o a la puesta del sol, incluso entrada la noche, cuando los destellos de un faro o las farolas del muelle guían la nave a buen puerto. Llegar a puerto es una experiencia única, aunque lo primero que veamos desde el ojo de buey del camarote o desde cubierta, sea una parva de carbón, un gran montón de chatarra, una explanada cubierta de palas eólicas o una planta de gestión de residuos que nadie quiere tener cerca de su casa.

La transición energética y la gestión de materias primas, fundamentales para lograr una economía circular y sostenible, está creando una enorme demanda de infraestructuras portuarias para acoger actividades como la producción, el montaje, el almacenamiento y el mantenimiento de molinos de viento, plantas para producir combustibles sostenibles como hidrógeno o amoniaco, así como otros tipos de actividades industriales molestas que ya no tienen cabida en los entornos urbanos por las molestias y riesgos asociados, con el añadido rechazo social que generan.

Reivindico el valor económico, simbólico e incluso estético de las parvas de carbón, los montones de chatarra, los tanques de líquidos y las chimeneas asomando por encima de la escollera

Muchos puertos hacen frente a la falta de disponibilidad de terrenos para albergar este tipo de actividades, especialmente en economías desarrolladas, donde los proyectos de expansión portuaria son a menudo objeto de campañas en contra por parte de los mismos colectivos que exigen el cese de actividades molestas, aun siendo éstas necesarias, en entornos urbanos.

Los vecinos del barrio bilbaíno de Zorroza, donde hace ya al menos cinco años que cesó el tráfico comercial portuario, llevan bastantes años más reclamando el cierre, o al menos el traslado, de una planta de tratamiento de residuos cuyos gestores acaban de volver a solicitar a la Autoridad Portuaria una concesión en el nuevo muelle AZ-0 del Puerto de Bilbao en Zierbena, un lugar suficientemente alejado de la población y que tiene precisamente por vocación acoger proyectos industriales con un difícil acomodo en el lado tierra.

Aunque la historia reserva a la industria un papel fundamental en la formación de los puertos modernos, ahora que el fenómeno de la contenerización ha inclinado el peso hacia el lado comercial, es necesario reivindicar con fuerza la función industrializadora de los puertos y el servicio que con ello prestan a la sociedad. Del mismo modo, yo reivindico el valor económico, simbólico e incluso estético de las parvas de carbón, de los montones de chatarra, de los tanques de líquidos, de las plantas industriales y de las chimeneas que expelen sus gases por encima de la escollera. Todo eso es también puerto. Todo eso somos nosotros. Los puertos son nuestro espejo.