Aún así, con ese sexto sentido de estar a tu conversación y a la de tantos desconocidos que pasan por tu lado, uno compone historias fascinantes, en lo mundano y en lo logístico, pues tan apasionante es toparse con la indiscreción de quienes trajinan en un corro ministerial, como dejarse empapar por el histrionismo de quienes se amontonan en las barras de bar. Precisamente lo que hoy les traigo bebe en estas últimas.
Los protagonistas son ella y él o él y ella. Él fornido, camisa de algodón, ojos azules, barba cuidada, sonrisa encantadora: casi 30. Ella de espaldas, atuendo hippie, melena despreocupada, piel tostada, sonrisa nerviosa: misma edad.
Él se arranca: “Te tengo que contar una gran noticia”. Mi antena se pone a funcionar. “Tengo curro”. Ella grita: “¿¿Sí??”. Él contesta: “Sí, tía, en Matadero”. Se hace un silencio, mínimo, y ella con voz apagada sentencia. “Bueno, algo es algo”.
Él pone cara de no entender nada. Balbucea, hasta que repara en el malentendido: “En Matadero, en la Sala Matadero”, acota con cierta incredulidad.
Ella prorrumpe en una carcajada alocada entre grititos guturales y trozos de palabras que terminan por componer el absurdo: ella pensaba que él había encontrado trabajo de matarife desollando terneros en un matadero; él lo que quería anunciarle es que tiene trabajo en la Sala Matadero -uno de los espacios artísticos y teatrales más destacados de Madrid- y para “currar” de lo suyo, de actor. Ella sabe qué es lo suyo, pero sólo se lo imaginó en el escenario una vez hecha la aclaración, mientras que desde el inicio ya le veía con sus bíceps desnudos enganchando quijadas rumbo a la sala de despiece.
He de advertirles que hace un rato conté la anécdota en mi entorno y alguien me hizo rápido una lectura de género. “Como él es hombre, ella enseguida lo imaginó deslomándose con el cuchillo y cayó en la confusión. Si hubiera sido a la inversa, él no la hubiera imaginado nunca entre animales abiertos en canal y, rápidamente, hubiera entendido que aquello iba de su vocación de actriz”.
Juzguen ustedes si merece la pena esta lectura de género y, en todo caso, si todo en estos momentos, todo, merece en nuestra sociedad una lectura de género.
En el caso de las competencias del Ministerio de Transportes, la ministra Raquel Sánchez así lo cree firmemente, pues el acierto de denunciar la “masculinización” de los sectores de su gestión está viniendo acompañado de la reivindicación de una arquitectura para las mujeres, una movilidad sostenible para las mujeres o un diseño urbano para las mujeres, esto sí un extremismo con el que Sánchez corre el riesgo de dejar de apuntar al verdadero reto del sector logístico, que es, en el ámbito de la igualdad de género, que la mujer alcance en todos los puestos de la cadena logística, de cualquier rango de responsabilidad, el protagonismo que merece y que desee en cada momento.
No creo en una logística de mujeres, ni en una movilidad de mujeres, ni en una arquitectura de mujeres, como no creo ni en la literatura de mujeres, ni en la pintura de mujeres, ni en cualquier actividad humana al servicio del ser humano que pretenda separar a hombres y mujeres. Creo simplemente en la literatura, como creo simple y llanamente en la logística, igual para hombres y mujeres porque hombres y mujeres son iguales. Todo lo demás son chiringuitos para dilapidar presupuestos que nos distraen del objetivo urgente y compartido de esa necesaria plena igualdad en este aún, efectivamente, ministra, masculinizado sector logístico.