La humanidad, insisto, lo está pasando mal y lo va a pasar peor por los bulos, las fake news y todo eso; lo que antes llamábamos putas mentiras. Dicen que el gobierno de Pedro Sánchez está intentando ponerle límite. Sin comentarios.
Entre todos hemos llegado a un consentimiento parcial o total de la mentira, siempre que venga de nuestro bando. Se extiende la idea de que pillar a alguien mintiendo, aunque sea un alto cargo del gobierno, no tiene importancia. Olvidan que la mentira es el caldo de cultivo perfecto de los extremismos, los populismos, los nacionalismos y los abismos. Todo estará perdido si la nueva ley no establece tanto perdón para el error como crucifixión para el mentiroso. Todo se pudrirá si dejamos que entre nosotros convivan manzanas podridas, llenas de bulos y falsedades.
No es fácil establecer reacciones radicales, como las necesitan los populismos, si nos basamos en la realidad. Los datos, los hechos, no suelen contener los extremos que los radicales necesitan para su propia existencia. En la vida real, en las distancias cortas, no hay tanto blanco ni tanto negro, tanto bueno ni tanto malo. Los grises y la buena gente sin más es lo que más abunda. Pero de eso no viven los extremistas. Necesitan apocalipsis, demonios y serpientes de mil cabezas para que el pueblo les siga hacia la derecha o hacia la izquierda, pero siempre hacia el abismo, por la vía de la desinformación.
Puede que no estemos de acuerdo ni con quien promueve lo que pretende ser una ley contra los bulos, ni con el momento ni con las formas ni con las motivaciones últimas. Lo que sí parece sensato es que exista mayor concienciación de que la desinformación, la inexactitud y la mentira nos pueden costar la democracia. Si no le damos importancia, todos y cada uno de nosotros, a la información, a la verdad... estamos perdidos.