Los frentes que abandera el transporte marítimo de mercancías son tan variados y atrevidos como, a veces, desperdiciados ante la falta de sincronía con las administraciones y la muy fluctuante realidad política. Nuestro sector ha demostrado su rotunda voluntad de afrontar los retos que sean. Puede que pueda con todos. Solo piden una cosa: que esos retos se sepan y concreten de una vez. Estamos en un momento en el que la incertidumbre es máxima. Nadie sabe si los aranceles serán o no serán, ni cuándo, ni dónde, ni para qué productos. No sabemos si va a haber guerra, más guerra, digo, o si la calma chicha volverá a esos mares que un par de lunáticos se empeñan en turbar y ensuciar. No sabemos si lo que está de moda es defender el planeta o ciscarse en él. Si las leyes de hoy servirán mañana. Si se va a premiar o a penalizar a los barcos y puertos que apuesten por las energías limpias.
La ley internacional es, además de inútil, porque no la respeta nadie, fatua y moldeable según el ejército que tenga detrás cada cual. Para toda la población esta situación es realmente complicada. Para un sector como el logístico, que tiene que tomar hoy las decisiones que fructificarán en cinco o diez años, esta incertidumbre multiplicada es absolutamente insoportable.
No se trata de que alguien les diga a los logísticos qué va a pasar en el futuro a medio y largo plazo, eso ya lo llevan adivinando las empresas del sector toda la vida, siempre con un pie en la cuenta de resultados de hoy y otro en el futuro. La novedad ahora es que cuatro destarifados han decidido pasarse por el forro todo lo que signifique sensatez, paz o estabilidad. Tomar decisiones para mañana en un permanente ambiente prebélico hoy, es absolutamente desalentador.
Con este panorama, estamos tardando mucho en el sector en entrar en la fase de la parálisis que precede al pánico, como el silencio precede al grito.