No hace tanto, uno de esos sábados lluviosos y sin fútbol, desubicado y sin otro plan alternativo para matar la tarde que ordenar el trastero, encontré en una caja un ejemplar de 1992 de la revista Nueva Sociedad, “Revista latinoamericana de ciencias sociales abierta a las corrientes de pensamiento progresista”. Me vino a la memoria el puesto de la Plaza Nueva de Bilbao al que acudía muchos domingos a husmear en busca de alguna “joya” perdida entre las pilas desordenadas de libros, revistas, tebeos y literatura de todo género, sin importar tanto el tema, la procedencia o el estado del ejemplar, como el precio. Cuanto más barato, mejor.
Así fue como cayó en mis manos aquel volumen de Nueva Sociedad, el número 119, que en su portada llevaba el título de “El orden internacional del desorden mundial”.
“Esta edición aborda el incierto y previsiblemente problemático orden -o desorden- mundial diseñado a partir de los últimos cambios políticos e ideológicos”, decía el prólogo.
En otro de los tomos encontrados en la misma caja, y comprado en el mismo puesto, un tal René Rojas escribía en 1979 en el número 166 de Revista de Política Internacional el artículo “El nuevo orden económico internacional”, que abría con este párrafo: “Quizá la característica más propia del mundo actual sea el vertiginoso cambio que se observa en los distintos países y en los factores que presionan las relaciones económicas internacionales”.
Al igual que en 1979 y 1992, en este 2023 el nuevo orden político y económico mundial sigue siendo incierto, cambiante y problemático, a la vista de los acontecimientos que se suceden en todos los órdenes, incluido el marítimo-portuario. Un ejemplo es el aumento de la influencia de China como potencia global en este ámbito, que provoca ya suspicacias en la Unión Europea por el aumento de riesgo asociado a la pérdida de control de infraestructuras tan críticas para la seguridad como los puertos.