Desde el atentado contra Donald Trump de hace unos días, la presión para que el actual presidente de Estados Unidos Joe Biden se retirara de la carrera a la reelección a la presidencia se ha redoblado. Contando casi únicamente con el apoyo de su núcleo más cercano, a Biden no le ha quedado más remedio que reconocer lo evidente y hacerse a un lado. No me malinterpreten, por favor. En este caso, la edad no tiene nada que ver, sino si uno está capacitado para ejercer un cargo de tan alta responsabilidad como la presidencia de la primera potencia mundial, con todo lo que ello significa, se tengan 30, 50 u 80 años.
En este penúltimo Punto de Fuga antes de que lleguen las ansiadas vacaciones estivales no vamos a entrar en quinielas de ver quién será el candidato o candidata del Partido Demócrata a las elecciones presidencias del próximo mes de noviembre -aunque nos juguemos mucho-, pero sí podemos echar la vista atrás para recordar la apuesta que hizo Biden y su ejecutivo por la logística en su país.
En el último trimestre de 2021, con las cadenas de suministro y de valor globales totalmente desajustadas como consecuencia de los efectos de la pandemia sanitaria, con una demanda disparada y con el complejo portuario de Los Ángeles y Long Beach congestionado hasta los topes (disculpen el pleonasmo), la Administración Biden puso en marcha el Grupo de Trabajo “Supply Chain Disruptions Task Force” para atajar el problema y sentar las bases de la logística del futuro del país bajo la premisa 24/7, poniendo la logística como una cuestión de estado. Conceptos como import/export de contenedores, cuellos de botella e infraestructuras críticas pasaron a un primerísimo primer plano, al igual que la colaboración entre el sector público y privado, porque en ese grupo de trabajo participaron también empresas y trabajadores de todos y cada uno de los eslabones logísticos.