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Muerto el perro

  • Última actualización
    31 mayo 2024 05:20

Todos los grandes proyectos, obras o ideas, suelen venir cargados con sus correspondientes aspectos a corregir, a mejorar. Al trabajo que lleva conceptuar, poner en marcha y concretar cualquier iniciativa, hay que sumar, la empresa privada bien lo sabe, una reserva extra de fuerza y dinero para afrontar los imprevistos que surjan. Para avanzar hemos de dejarnos algunos pelos en la gatera. Si una ampliación de un puerto, un aeropuerto y una autovía ha de llevar consigo una serie de medidas correctoras, no por eso podemos permitirnos el lujo de paralizar los planes de progreso. Pero eso, claro, es en la empresa privada, donde uno está sometido a la tiranía de los objetivos, de los resultados, concretos, innegociables. Tan innegociables como los impuestos con los que mantenemos a esa caterva de políticos expertos ... en paralizar.

El turismo en general y los cruceros en particular, por su matiz de turismo masivo, pueden generar inconvenientes y molestias a las ciudades que los sufren. Podemos plantearlo así, o decir que generan también, empleo, progreso y riqueza a las ciudades que los reciben. Si la proliferación de turistas en general y de cruceristas en particular ocasionan problemas, la solución que se nos ocurre es planificar, controlar, organizar y regularizar. La que se les ocurre a los políticos es prohibir que vengan más cruceros.

Si la proliferación de turistas en general y de cruceristas en particular ocasionan problemas, la solución que se nos ocurre es planificar, controlar, organizar y regularizar

En un país donde, por suerte o por desgracia, vivimos sobre todo del turismo, parece un poco desconcertante eso de paralizar los apartamentos turísticos y los cruceros. Todo ello, mientras se siguen invirtiendo millones de euros en publicitar este o aquel destino turístico. Que digo yo que si no quieren que vengan turistas... ¿para qué los llaman? Seguimos pensando que eso de comprar un pollo grande y gordo, pero que pese poco, es complicado. Muy complicado.

Si fuéramos mal pensados diríamos que eso de planificar, controlar, organizar y regularizar, no se hace porque supone mucho más trabajo que aquello de paralizar y prohibir. Lo malo es que la experiencia nos indica que eso de pensar mal sigue siendo garantía de acertar, casi siempre.

Está claro que, para ese viaje a ninguna parte, nunca mejor dicho, no hacen falta alforjas algunas. Cualquier puede decidir que no vengan turistas. Muerto el perro se acabó la rabia. Y el que venga detrás que arree.

Dejar de ofrecer un producto que tiene una altísima demanda, cerrando terminales de cruceros, es la solución casi infantil que cualquier puede idear, siempre que no tenga dos dedos de frente. Cobrar una tasa alta o altísima por cada turista, por cada crucero, poner un número máximo anual de visitantes, ordenar sus actividades, se nos antojan medidas previas a eso de prohibir la llegada de cruceros y cruceristas.

Del mismo modo, para ampliar un aeropuerto, podemos exigir que no se toque ninguna zona verde o mover esos cultivos a otra parte. Para ampliar un puerto, con repercusiones nulas sobre las playas, podemos exigir medidas correctoras, si alguna afección hubiera o, lo que siempre es más sencillo, paralizar esa ampliación.

Es cuestión de aclararse. Si no queremos cruceros, no nos promocionemos como punto de destino. Y procedamos a escuchar las geniales ideas que nuestros políticos van a proponer para mitigar el enorme daño que la caída del turismo puede generarnos. Seguro que algo tienen ya pensado. Seguro.