Para ellos, lo primero ya no es coger datos y luego crear la idea. Empiezan con la idea y luego la alimentan con lo que sea, incluyendo inexactitudes, tergiversación, demagogia o mentiras. Todo les vale. Con estos ingredientes, los radicalismos y fanatismos brotan por doquier.
El negacionismo no es nuevo, nos viene acompañando desde hace siglos. Pero su mutación actual es la más peligrosa de todas. Si antes, en la época de Galileo, por ejemplo, negar la evidencia se basaba, en buena parte, en la ignorancia, ahora, a ese condimento se le suma la inquina, dando un resultado ciertamente preocupante. ¿Cómo se llega a defender con vehemencia una posición sin ningún tipo de fundamento técnico o legal?
Para los que nos importa al máximo conocer la verdad y al mínimo tener o no tener razón, no es fácil encontrar una explicación a estos negacionistas. Puede ser que la clave esté en la vieja aspiración del ser humano de llamar la atención, de destacar, de esgrimir a los cuatros vientos que se tiene una información que los demás no tienen, aunque esa información sea falsa.
No denunciar que una infraestructura puede generar problemas medioambientales es especialmente grave. Solo hay algo mucho peor: la denuncia falsa. Utilizar algo tan rotundamente serio como el medioambiente para fines políticos o partidistas no es perdonable. Esgrimir falacias y opiniones contra informes técnicos y jurídicos especializados en el tema, puede dar portadas en los periódicos, que es, parece ser, de lo que se trata, pero pone en peligro la verdadera lucha por el progreso medioambientalmente sostenible.
La actitud de determinados políticos y particulares contra el progreso no va a cambiar por mucha información que se les facilita ni por muchas concesiones concretas que se les otorguen. Si braman contra un contradique o contra un calado determinado, en cuanto eso se anule, pedirán otra cosa, aunque sea directamente ilegal. Si se les muestran informes de reputados expertos que, tras años de análisis y 10.000 folios de datos, concluyen que la ampliación es “inocua para las playas”, o si esa ampliación que va a causar el fin de las playas lleva 10 años concluida sin que se haya producido ningún efecto... esgrimirán un par de folios grapados diciendo que ellos tienen también sus informes.
No hay nada que hacer. Si la APV, contra los actuales informes jurídicos y técnicos, prevaricara pidiendo una nueva DIA, que es lo que ahora parece que se pide tras haberles concedido todo lo que pedían antes, no serviría para nada. Buscarían otra cosa para seguir su apasionada lucha contra el progreso, sea sostenible o no.
A estas alturas, y a estas harturas, seguro que algún amigo lector ya está pensando que exagero. Puede ser, pero tras tragarme el miércoles, como primer plato del nuevo curso, un nuevo diálogo de sordos, esta vez en la Comisión Europea, a costa de la ampliación del Puerto de Valencia, no me queda otra que concluir con lo que mis ojos vieron y mis oídos oyeron, que quizás me quede corto.
Esa idea de que la cosa es peor de lo que me pensaba me la volvió a confirmar otra noticia que, tras frotarme los ojos, verifiqué que era cierta: “El Ayuntamiento de Valencia promueve utilizar animales en la huerta para la agricultura. El Ayuntamiento de Valencia promueve la agricultura sostenible con el proyecto ‘Haca y mans’, que pretende fomentar la agricultura sin petróleo para mitigar el cambio climático...”
Pues eso.