Quien piense que la inteligencia artificial (IA) es un invento de corto recorrido, que tiene sus días contados o que va a ser exterminada vía gubernamental a las primeras de cambio, no solo no está equivocado, sino que vive en un mundo paralelo de desinformación e ignorancia que da más miedo que el propio poder de la inteligencia artificial.
Mis ojos han visto cómo esta brujería ha sido capaz de hacer en segundos un trabajo que normalmente ocuparía horas y horas. Sí, se acabaron las eternidades de pantalla trasteando en una tabla Excel, calculando volúmenes y disposiciones de la carga en un espacio inverosímil, distancias, recorridos, operaciones logísticas de alta complejidad... por hablar solo del sector logístico.
“Pero es que la intervención del ser humano es fundamental en todos los procesos porque la máquina no piensa, no tiene en cuenta factores como la alineación de los planetas, el momento vital que atraviesa el operario o la humedad relativa del aire”... dicen por ahí.
Pues aunque sé que me voy a llevar algún palo, les comunico que no estoy del todo de acuerdo. Hay cosas que se hacen mejor, mucho mejor y más rápido, sin la intervención de las personas.
A día de hoy considero que la parte humana es fundamental en dos fases del proceso de la inteligencia artificial. En primer lugar, para decidir dónde y a qué procesos se puede aplicar y, en segundo término, para revisar que el trabajo realizado por la IA está bien hecho.
La regulación de la IA no requiere su desaparición, sino un análisis profundo de la situación
Hace ya algunos años, por cuestiones familiares, pasé los tiempos muertos de un tórrido mes agosto tratando de cuadrar los horarios de los profesores de un colegio de 2.000 alumnos. Imaginen: asignaturas que son incompatibles con el horario de después de comer (matemáticas o educación física, por ejemplo); desdobles de profesores, clases de refuerzo, profesores prejubilados con unas condiciones de horario muy específicas... Les aseguro que aquello fue un infierno que no conseguimos cuadrar del todo bien, pese a la ayuda de un maravilloso programa informático que hacía una buena parte del trabajo. Calculo que dedicamos a esa tarea algo más de 50 horas de nuestras vacaciones.
Hoy ese trabajo sería cuestión de minutos con la inteligencia artificial si se establece bien la orden y se dedica algún tiempo a revisar los resultados. ¿Hay que renunciar a esos avances? Por supuesto que no. ¿Hemos renunciado a los avances tecnológicos? No, claro que no. Nadie concibe su vida hoy sin internet, un teléfono móvil o un ordenador a su lado con el que trabajar o pasarse media vida tonteando con el comercio electrónico.
La regulación de la IA no requiere su desaparición, sino un análisis profundo de la situación para determinar hasta dónde es un apoyo real para las personas y hasta dónde puede ser realmente perjudicial y nociva.
Más allá de recortar, es necesario invertir en ver de qué modo se puede controlar mejor. La nube de la IA, no necesariamente negra, lo está abarcando todo y no podemos mirar hacia otro lado.
¿Está preparado el sector logístico para lo que llega? ¿Vamos a ser capaces de integrar en nuestros procesos los beneficios de la inteligencia artificial? ¿Pensamos que podemos detectar las anomalías o malfunciones que se presenten? ¿Estamos preparados para saber cuándo es la IA la que nos habla o cierra un acuerdo? Sinceramente, creo que nos queda un trecho importante para llegar a conseguirlo. Y no piensen que no les influye, ya les está sucediendo y, posiblemente, no lo están viendo.