Escribo esta columna el martes, todavía bajo los efectos de la enorme conmoción que me ha causado el cese de Álvaro Rodríguez Dapena como presidente de Puertos del Estado. Le doy vueltas a las razones y sinrazones que han podido intervenir en esta decisión y sigo sin encontrar un hilo coherente del que poder tirar.
Soy consciente de que ostentar un cargo público de estas características es estar sometido a los cambios de rumbo a los que obligan las brisas empresariales, las tormentas políticas o los temporales jurídicos. Ser la cara visible de cualquier cargo ministerial implica estar expuesto a salpicaduras de todo tipo, ya sean de terceros, cuartos y hasta quintos protagonistas que en un momento dado pasaban por allí. Pero eso es algo que, justo o injusto, va con el sueldo y así lo hemos asumido como verdad universal.
También es cierto que conforme los cargos requieren un poco más de conocimientos técnicos disminuyen casi proporcionalmente las habilidades políticas que se le exigen al candidato, lo que en ocasiones genera nombramientos especialmente acertados; tanto que desearíamos que sobrevivieran a los permanentes cambios.
En este juego de quita y pon, nuestro sector logístico, y más concretamente el portuario, siempre ha tenido que navegar entre las decisiones políticas y las exigencias técnicas. Endogámicos, como somos, siempre recelamos del inexperto. Aunque acogedores y abiertos, como también somos, consideramos pronto a uno de los nuestros a cualquiera que demuestre sentido común, trabajo, capacidad de diálogo y ganas de aprender lo que es y lo que significa ser una potencia portuaria de primer nivel internacional.
Han hecho un flaco favor al nuevo presidente
No podemos decir que el ministro Puente no haya sido claro al explicar el cese de Rodríguez Dapena, pero creo que le ha hecho un flaco favor al nuevo presidente de Puertos, Gustavo Santana, que va a iniciar su mandato teniendo claros y subrayados cuáles son sus intereses principales (o del que le manda), lo que debe anteponer ante cualquier circunstancia y la actitud “guerrillera” que tendrá que sacar a relucir a la más mínima discrepancia. No es una buena carta de presentación para un sector como el nuestro.
Aunque se trata de otro debate de fondo, convendría revisar si lo estamos haciendo bien cuando son las propias autonomías las que, en ocasiones, instrumentalizan las presidencias de las autoridades portuarias situando allí a políticos para hacer política, y poco más. De aquellos polvos ...
Igual que el ministro, pienso que Álvaro Rodríguez Dapena no es la persona adecuada para entrar en ese juego. El profundo conocimiento que tiene del sector, de sus personas, de sus empresas y sus centros de poder; la capacidad de diálogo demostrada sobradamente, su encomiable dedicación al trabajo y, por encima de todo, su altísima talla como ser humano, hacen de él un presidente perfecto para un organismo que debe velar por el buen funcionamiento del sistema portuario, de su equilibrio y de la interacción de todos sus protagonistas gracias a una visión panorámica y no partidista de la situación.
Igual que en otras ocasiones hemos alabado las actuaciones del ministro Puente, esta vez no me queda otra que mostrar mi desacuerdo con la decisión. Y ojo que no hablo del nombramiento de Santana, a quien le deseo la mejor de las suertes y mi colaboración sincera, sino del cese de Rodríguez Dapena y sus circunstancias. Creo que es una cuestión de respeto hacia un profesional de la talla de Álvaro y también hacia un sector que necesita estar más pendiente del mercado y de los cientos de amenazas que se ciernen sobre él y la competitividad del país, que de batallas políticas que nos impiden ver bien cuál es el camino.