Buenos días. Feliz Año Nuevo. Los buenos deseos, mejor expresarlos al comienzo, no por llevar la contraria a mi compañero de página Raúl Tárrega, sino porque así quedo bien con ustedes sin necesidad de que se lean todos los párrafos de esta columna, a no ser que sean de los que comienzan a leer por el final.
Año Nuevo y nuevos y buenos propósitos son una misma cosa. Pero leyendo la columna de Raúl de hoy, que arranca con algunos de estos buenos propósitos -aunque por reincidentes, no tan nuevos-, no reprimo la tentación de traer a esta columna los (des)propósitos del humorista y escritor Pepe Colubi para este 2024 recién inaugurado. “Mis propósitos para el Año Nuevo: aprender a fumar, perder inglés, dedicarle más tiempo a mi peso, dejar a mi familia”. Honestidad no le falta. Pero de su cumplimiento debería rendir cuentas Colubi el 31 de diciembre próximo. Que el humor es un asunto a tomarse muy en serio.
Año tras año por estas mismas fechas, nos entregamos al inane juego de los buenos propósitos, que únicamente nos trae desazón y pesadumbre al comprobar nuestra propia inconsistencia para cumplirlos. ¿No será mejor, como hace Colubi, plantearse (des)propósitos más realizables para así evitar tener que mirarnos en el espejo de nuestras propias debilidades?.
De buenos propósitos está empedrado el camino del infierno, dice el refrán, aunque lo cierto es que los malos propósitos sí conducen irremediablemente a él. El transporte marítimo, el comercio mundial, está sufriendo directamente las consecuencias de los malos propósitos de los rebeldes hutíes del Yemen con sus ataques a buques mercantes en una zona del Mar Rojo de paso obligado para acceder al Canal de Suez. En principio, contra buques con bandera de Israel o con escalas programadas en alguno de sus puertos, aunque no se puede descartar la extensión de los ataques a buques que no entran en estos dos supuestos.