En una reciente charla con la alcaldesa de Valencia, María José Català, le reprochaba su supuesta intención de prohibir los mega cruceros. Mi argumento ya lo conocen los lectores... prohibir suele ser la antítesis de gestionar. Un mal político prohíbe, un buen político regula, corrige, gestiona y ordena. Vaya por delante que la alcaldesa me negó que hubiera utilizado el término prohibir. Puede ser. En este mar de inexactitudes y mentiras que nos rodea, puede ser que esa hubiera sido una más. De todos modos, parece bastante claro que ya ha comenzado la cruzada contra los cruceros y los turistas. Sin ningún orden ni concierto, sin hoja de ruta, como pollos sin cabeza, como suele ocurrir en todas las guerras que se pierden.
Seguimos viendo anuncios llamando al turista. Seguimos asistiendo a las ferias de cruceros para promocionar este o aquel destino. Pero no queremos que vengan. O no sabemos lo que queremos. Es la primera vez que veo campañas para vender destinos turísticos a los que no queremos que venga nadie.
Todo esto nos hace comparar el nivel de servicio que requieren los turistas y el que requiere la carga. La logística es, como saben nuestros lectores, un sector especialmente exigente. Si se pierde la excelencia, la carga se nos va de las manos, como el agua entre los dedos, para no volver. Es un sector especialmente basado en la fidelidad de un cliente que necesita de la logística constantemente, como parte de su propia cadena de producción y venta. Tratar muy bien al cliente logístico es lo que nos otorga ciertas posibilidades de volver a trabajar para él. Un error o una negligencia en el servicio, pondrá al idolatrado cliente en busca de alternativas.
Que se vayan los turistas puede ser una idea contemplable, pero solo si se llevan con ellos a los millones de inútiles que mantienen
En contraposición con nuestro mundo logístico, el servicio al turista se basa en un cliente que rara vez vuelve a serlo. Por tanto, atenderlo bien, con buen producto, con buen servicio, suele ser, para algunos, secundario. Con tener un chiringuito en una zona de paso de guiris, tenemos la vida resuelta. Hemos visto cosas que no creeríais: servir pegotes de arroz con cosas y llamarle paella, considerar que media hora de espera entre plato y plato es normal, establecer que las colas eternas para que te den un helado insípido o una entrada para un pseudo museo, es lo suyo. Es un gremio afortunado el que tiene como primordial agente comercial aquello de que alguien te ha dicho que algo “vale mucho la pena”, o eso de que “ahí es donde compran los lugareños, no los turistas”.
Todo esto nos recuerda que cuando el turismo no venga, porque se canse o porque lo echemos, nos quedará un insoportable stock de empresarios y empleados... inútiles, a los que el término excelencia no les suena de nada. Llevan toda su vida profesional maltratando al guiri, con la idea de que no van a volver y, por tanto, no vale la pena esforzarse. ¿Qué haremos con ellos? ¿En qué ministerio los colocaremos?
Los mismos que suscriben lo de comprar más, de más lejos, y que lo traigan a casa al instante... pero sin logística ni transporte alguno, suscriben también eso de seguir manteniendo nuestro nivel de vida, pero sin turistas. Que nos den de comer, que mantengan nuestra economía, que empleen a nuestra gente... pero que no vengan.
Que se vayan los turistas puede ser una idea contemplable, pero solo si se llevan con ellos a los millones de inútiles que mantienen. Si no es así... mientras no haya una alternativa concreta, más vale que antes de prohibir se regule y ordene.