Hay quien piensa que esto de los problemas de agenda y demás condensaciones e incompatibilidades en el ámbito de los actos públicos logísticos solo atañe a los periodistas, al vip de turno y a los tres o cuatro líderes de opinión habituales de saraos y derivados. Sólo así podría entenderse la “despreocupación” aparente con la que se fijan determinados actos y la contumacia con la que son irreplanteables las fechas prefijadas. Ahora bien, las matemáticas no engañan. La relevancia pública de cada evento es inversamente proporcional al número de coincidencias y eso los gurús del márketing lo saben, creo. Más allá de atribuirlo todo a las fases lunares y a la extransensorialidad sísmica, el hecho de que, por ejemplo, ciertos jueves de ciertos meses del año conciten concentraciones de actos ya les digo que no es casualidad. Hay orgullo, por parte de quien insiste “yo convoqué primero”. Hay incompetencia por parte de quien no sabe lo que pasa a su alrededor y,es más, ignora o prefiere ignorar que ciertas fechas son siempre complicadas porque todo el mundo tiene las mismas ocurrencias. Y, sobre todo, hay mala leche, porque determinadas coincidencias de actos e incluso de temáticas el mismo día o con horas de diferencia obedecen a voluntades de contraprogramación, por cierto, bien constatadas a lo largo de los años. Nos queremos mucho, pero el colmillo retorcido sale a pasear hasta en la agenda.